lunes, 12 de febrero de 2024

La Sociedad de la Nieve

La Convención Nacional de Directores y Gerentes de la empresa holandesa en la cual yo trabajaba en 2016 se desarrollaba como de costumbre, sin sorpresas ni novedades pero muy bien organizada, en un lujoso hotel 5 estrellas de los alrededores de Buenos Aires. El pomposo título de Top 80 nos hacía sentir cierta exclusividad dentro de la filial argentina de la empresa a aquellos afortunados o merecedores asistentes a dicho evento.

Había llegado el ansiado break entre sesión y sesión, y cuando me disponía a tomar mi dosis diaria de cafeína acompañada de postres no diet, personal de RRHH con desesperación, buscando a alguien de IT, me encontró durante mi primer sorbo de café. 


“Vení a ayudarnos por favor, el próximo orador, una persona externa, no puede proyectar su presentación…”.

Ingresé a la sala de conferencia y me encontré con una persona de aprox 60 años, muy corpulento. No era uno de los habituales economistas que nos acompañaban en estos eventos, por lo menos era un desconocido para mí. “Hola, mi nombre es Carlos, ¿en qué lo puedo ayudar?”. “Hola, soy Fernando, tengo un problema para proyectar….”, me dijo mientras me daba la mano, la cual doblaba en tamaño a  la mía.


Trabajé unos minutos sobre el equipo, no era fácil el tema, pero con ayuda de mi equipo de Soporte al teléfono, pudimos solucionarlo. Cuando abrió la presentación y la pude proyectar, vi en el primer slide unas montañas, nieve, un avión y se me cruzó una idea. Era uno de los sobrevivientes de los Andes…sería? Yo solo recordaba el nombre de Carlos Páez, el hijo del artista Carlos Páez Vilaró, ¿pero quien sería esta persona, a la cual miraba fijamente sin reconocerlo porque no lo conocía?, y me encontré con una mirada, mientras yo iba de la pantalla a su rostro, que me dijo “sí, soy yo…”. 


Me agradeció y salí de la sala, a la cual ingresé pocos minutos después para asistir a la conferencia. Ya vestido un poco más formal, la imponente figura de Fernando Parrado, “Nando”,  dominaba con soltura el escenario.


Pocas conferencias a las cuales asistí en mi vida, sea del tema que fueran, me atraparon tanto como esta. El silencio de los asistentes era sepulcral, solo interrumpido por algún sollozo en medio de la misma. Tanto para el que desconocía el tema como para quien lo conocía a fondo, estando yo en medio de estos extremos, la charla fue atrapante. Varias cosas se conjugaron. Fernando es un orador excepcional, considerado uno de los mejores del mundo. Viaja por el mundo dando esta charla, y es probable que generalmente sea la misma. Centenares de veces contando la misma historia, ante jeques árabes, los Wallabies, equipos de la NBA o este grupo de argentinos en Pilar. ¿Cómo haría Fernando para repetir esta historia centenares de veces, siendo él mismo uno de los principales protagonistas de la misma, con la carga sentimental de la muerte de amigos, compañeros, su hermana y su madre? ¿Cómo hacía para darnos detalles de esa única experiencia de superivencia y a la vez hacernos emocionar, acongojarnos, llorar’ ¿Cómo hacía para entrecerrar los ojos y contar por milésima vez cuando el alud de nieve ingresó en lo que quedaba del avión y hacernos sentir a todos los asistentes que nos  faltaba el aire? Francamente no lo se. 


Un aplauso de varios minutos de gente de pie coronó su performance. Seguramente para Fernando fue una ovación más, para nosotros era la primera, la única y la inesperada, porque casi todos ingresaron a la sala sin saber quien y de que iba a hablar…


Fernando compartió la cena con nosotros y lamentablemente o por suerte no compartí la mesa con él, dado que yo integraba el Top 80 de la empresa pero no el Top 8…


Digo por suerte porque en la charla dijo todo. Contó una historia con principio, desarrollo y fin, con el nivel de detalle que él le quiso dar. Y está en todo su derecho. Quizás escuchar la pregunta impertinente de algún desubicado hubiera conspirado contra la magia de su conferencia. No sabemos si la hubo y preferimos no saberlo. Alguna pavada escuchamos en los pasillos que es mejor olvidarla.



Cuando Fernando se retiraba, con la poca vergüenza que me caracteriza, lo llamé por su nombre y le pedí si podíamos tomarnos una foto juntos. Me agradeció nuevamente la ayuda, yo le agradecí la charla, nos tomaron la foto y él se fue lentamente hacia su Montevideo natal. La empresa regaló a cada asistente un ejemplar de su libro, el cual devoré con fruición. Me adentré en la historia desde el día siguiente al evento, ví documentales, filmes, leí historias hasta llegar a esta última película “La sociedad de la nieve”. Un familiar me preguntaba si no me sobresaltaba frecuentemente durante la misma y mi respuesta fue no. Ya Fernando me había contado todo.



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