viernes, 27 de agosto de 2021

Descubriendo lo desconocido: Puán

Puán es una pequeña ciudad cabecera del partido del mismo nombre en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires. A pesar de ser un partido con muy baja población (menos de 30.000  habitantes), la superficie del partido de Puán está entre las mayores de la provincia.(6.385 km2). Se encuentra aproximadamente a 580 km de la ciudad de Buenos Aires. La ciudad cercana más grande es Bahía Blanca y gran parte del perímetro del partido limita con la provincia de La Pampa.


La ciudad de Puán cuenta con una estructura singular en las afueras de la ciudad: el mirador Millenium. Está construido sobre un cerro que tiene más de 300 metros por sobre el nivel del mar. Se ideó en 1998 y finalizó en 2010 con una arquitectura única, al igual que las vistas que desde su cima se obtienen. En el interior del mirador hay un templo religioso católico.

       

Del otro lado del camino que pasa por delante del ingreso al cerro y lleva a la ciudad de Puán, se encuentra otro cerro, denominado Cerro de la Fe, donde está el Monasterio Santa Clara y vive una comunidad de Hermanas de Clausura. También está la Porciúncula, una réplica de la Capilla de San Francisco en Asís, Umbria, Italia, que se puede visitar.

Isla en la laguna de Puán

Vista hacia las sierras cercanas a Pigué

Puán es sede todos los eneros de la Fiesta Nacional de la Cebada Cervecera. El predio donde se realiza dicho evento está ubicado a tan solo tres kilómetros de la localidad. Se realiza desde 1974, siempre con la participación tanto de artistas del ámbito local como de figuras muy conocidas a nivel nacional. (https://www.instagram.com/fnccpuan/?hl=es)

Fiesta Nacional de la Cebada Cervecera, edición 2019





domingo, 8 de agosto de 2021

Cuba en primera persona

En el año 1994 me casé. Los gastos que tuvimos hacían difícil que pudiéramos tener una luna de miel en un lugar soñado pero, por sorpresa, una gran colecta hecha por mis compañeros de trabajo a la cual se plegaron los dueños de la empresa motivó que en pocos días tuviéramos la chance de elegir un destino paradisíaco para la luna de miel, amén de contar con un resto de dinero para pagar unas cuántas cuotas del préstamo que obtuvimos para comprar nuestro primer departamento. 

Me recomendaron una agencia de viajes muy profesional y rápidamente me pusieron sobre la mesa las opciones. La idea era ir al Caribe y por precios, combinación de vuelos, poco tiempo para elegir y un genuino interés propio por conocer ese país, la elección fue Cuba.

Volamos por VIASA, la compañía venezolana que ya en esa época pertenecía a Iberia y poco tiempo después desapareció. Un vuelo inicial nos llevó de Buenos Aires a Caracas, y tras una espera de tres horas, otro vuelo nos depositó, ya muy tarde, en La Habana.

Compartimos los vuelos con Adolfo Pérez Esquivel, el premio Nobel de la Paz argentino de 1980. Arribados a Venezuela, se le fueron acercando personas de otras nacionalidades (fundamentalmente de países andinos, por su vestimenta) y lo saludaban como a una Deidad, posición que quienes me conocen no comparto en lo más mínimo. No sabíamos que estaba pasando pero lo vimos luego en la TV cubana. Hacía unos pocos años que había caído la Unión Soviética, principal sostén político y económico de Cuba, y el régimen enfrentaba una profunda crisis. Sin saberlo, coincidimos en una semana que albergaba un evento de solidaridad internacional con Cuba. De comunistas de todo el mundo no comunista, obviamente. 

La llegada a La Habana fue bien de noche y no nos pareció que el sector que nos tocó fuera el sector principal del Aeropuerto José Martí. No era más que un galpón arreglado para cumplir con ciertas funciones. A lo lejos se veía, atravesando las pistas, un sector más iluminado y mejor presentado. El militar que nos pidió la documentación era muy joven, casi un adolescente. Revisó los pasaportes con minuciosidad y las visas que, en el caso de Cuba, no se imprimen sobre el pasaporte sino que son un papel suelto dentro del mismo. En el pasaporte no quedaron evidencias de nuestro paso por la isla. (Decían que esto lo hacían para que no quedara registro en los pasaportes de visitantes estadounidenses y esto les generara problemas, pero nunca lo pudimos confirmar). Tanto a mi esposa como a mí nos miró fijamente, comparando nuestros rostros con las fotos de la documentación. El gesto, siempre adusto y sombrío. Dos veces llamó por teléfono diciendo en cada llamada nuestros nombres respectivamente, no sabemos a quien. Cuando finalizó este largo chequeo, nos devolvió los pasaportes y con una amplia sonrisa que parecía de otra persona y lugar nos dijo "Bienvenidos a Cuba, ¿Cómo anda Maradona?". 

Abordamos un bus que supo de tiempos mejores rumbo a Varadero. El chofer estaba acompañado por una par de mujeres que, sentadas sobre una heladerita tipo playera, ofrecían a los pasajeros refrescos y algo para comer. La venta de esos productos fue la primera muestra de la economía cubana ilegal de cara a los turistas, de su posibilidad de poder conseguir unos tan necesarios dólares.

Llegamos muy tarde a nuestro destino, un hotel de capitales españoles llamado Sol Palmeras, ubicado sobre la playa y dotado de unas instalaciones excepcionales, por lo menos para nuestros ojos. A la mañana nos reunimos con el representante de la agencia de viajes que contratamos. Esta cubano cuarentón, rubio como un vikingo, nos vendió dos excursiones (Cayo Largo y La Habana) y nos dio una larga serie de consejos que básicamente versaban en moverse por el Cuba turístico y no tener contacto con la Cuba real. Por donde andar, qué consumir, que medios de transporte utilizar, etc. "Muévanse siempre en taxis, no usen las guaguas", fue el consejo que más recuerdo. Las guaguas serían nuestros tradicionales colectivos. Al rato, cuando decidimos salir a conocer algo fuera del magnífico hotel, pasó una guagua y la detuvimos. Varadero es una lengua de tierra de unos pocos kilómetros de longitud, con un ancho que en algunos lugares no supera los 200 o 300 metros. Esta guagua venía desde la punta de la península rumbo al centro de Varadero ciudad. El vehículo estaba vacío y subimos con mi esposa. Le pregunté, no sabiendo como podía pagar, si por un dólar me llevaba hasta el centro de Varadero. Su respuesta fue contundente: "Por un dólar, hasta Miami".

El centro de Varadero no difería del resto de Cuba no turística. Gris, casi  sin comercios, autos viejos, poca gente, mucha propaganda del régimen. Todo muy modesto. Terminamos almorzando en una casa particular, construida seguramente antes de la revolución, que había acomodado un ambiente como un restaurante. La comida nada espectacular, pero bien servida y la gente muy agradable.

La primera excursión que hicimos fue a Cayo Largo, una paradisíaca y virgen isla ubicada al sur de Cuba. El vuelo partió desde el aeropuerto Santa Marta en Varadero. El avión, un viejo Antonov ruso con propulsión a hélices. Una ventanilla cada dos filas de asientos (al ir nos tocó una ventana ciega), cinco tripulantes apiñados en una muy pequeña cabina (uno trabajando con un compás sobre un mapa) y una azafata versión cubana de Elisha Cuthbert. El vuelo pertenecía a la compañía estatal Cubana, y salvo un importante pozo de aire que nos tocó al regreso, cumplió su cometido con eficiencia. Durante el almuerzo en Cayo Largo, escuchamos por primera vez a un grupo musical local entonar la canción homenaje al Che Guevara, algo que se repetiría con frecuencia en cada lugar altamente turístico. Y si detectaban que eras argentino, lo harían sí o sí. 

"Aquí, se queda la clara

La entrañable transparencia

De tu querida presencia

Comandante Che Guevara"

En el hotel, detectamos que la gente que trabajaba en el mismo, amén de un profesionalismo y cordialidad excepcional, estaban siempre dando esa milla extra que les permitiera recibir alguna propina, fuera en dinero u otro elemento de los que ellos adolecían. Las camareras eran especialmente atentas y agradecidas. El grupo de animación posterior a cada cena, muy talentoso y amistoso. Quien lo dirigía, presentaba cada atracción en cinco idiomas, dada la diversidad del auditorio, donde argentinos, españoles, franco-canadienses y alemanes éramos mayoría.

Durante una cena también nos dimos cuenta de algo que subyacía en esa Cuba turística. Un septuagenario, argentino él, estaba en una mesa con una esbelta mulata que apenas superaría los 20 años, dueña de una afinada figura, luciendo un vestido negro que supo de épocas mejores (como casi todo en Cuba). El hombre usaba bastón y casi ni se movilizaba, mientras la chica iba y venía sin pausa entre su mesa y las mesas de la comida, disfrutando la misma como si fuera la última cena, antes de finalizar la noche de una manera no muy agradable pero que le permitía disfrutar de todo eso.

La excursión a La Habana era un poco el plato fuerte del viaje y encontramos algunas cosas sobresalientes, pero todas eran pre revolucionarias o naturales. 

En 1994 La Habana estaba en ruinas, a pesar de los intentos de los guías por mostrarnos otra realidad. Algún museo, alguna plaza revolucionaria muy conocida, algún bar famoso pero triste y mal mantenido (La Bodeguita del Medio) y una plaza en la Vieja Habana donde está la Catedral, parte de un conjunto arquitectónico de una belleza notable y mucho mejor mantenido que el resto de la ciudad. Luego el Malecón, donde algunos pescan y otros buscan mirando al horizonte la posibilidad de un futuro mejor.  

Los pocos comercios, todos estatales, poco surtidos y pésimamente atendidos. Imagínense en Argentina yendo a comprar algo a una oficina del ANSES o AFIP. Algo así. Un desgano total. 

Por las calles, se notaba la crisis de esa época. Grupos de mujeres con chicos muy pequeños, siguiendo como pirañas a los grupos de turistas, vendiendo chucherías y pidiendo cualquier cosa: una moneda, caramelos, champú, jabón, una lapicera. Sí, pedían una birome. La policía, de manera no muy discreta de civil, las miraban sin molestarlas; en cambio, eran un poco más estrictos con las llamadas "jineteras" (chicas que ejercían la prostitución) a las cuales demoraban en las calles de vez en cuando y les pedían documentación (el documento personal cubano es como un librito con muchas páginas). También por las calles y restaurantes en esta ciudad, volvimos a escuchar algunas veces la canción del Ché Guevara.

Un día salimos del hotel a caminar y nos pusimos a charlar con un muchacho cubano que volvía de su trabajo, bolsito al hombro. Era ingeniero y su análisis de la situación cubana distaba mucho de la visión de los guías que tuvimos en las excursiones. En un momento de la caminata, o debíamos caminar por la banquina de la ruta o intentar atravesar un hotel. Probamos lo segundo ante la mirada asombrada del cubano. El personal de seguridad nos dejó atravesar el mismo (el hotel era alemán) pero al advertir que el muchacho era cubano, nos dijo que él no podía pasar. Le comenté que venía con nosotros, y solo así lo dejó atravesar la puerta. Seguimos caminando, esta vez en silencio, porque nuestro acompañante se puso mal y prontamente manifestó lo feo que se sentía ser un ciudadano de segunda en su propio país. Llegamos a un parque muy grande y lo invitamos a tomar una cerveza. Al ingresar, lo mismo. Era exclusivo para turistas, pero nuevamente le manifesté al personal de seguridad que él venía con nosotros, y el guardia nos dijo que podía ingresar, pero la responsabilidad de su comportamiento era nuestra. Me imagino que la cerveza que tomamos para nuestro amigo cubano fue la más amarga de la temporada. 

El último día, para trasladarnos desde Varadero a La Habada para regresar, la agencia nos mandó un taxi. El chofer, nuevamente rubio y pelado, era un castrista convencido. (Me meto en el tema étnico, el 70% de los cubanos es de origen europeo, principalmente español. El 15% son negros y el 15% restante son mulatos. A pesar del socialismo imperante, estos dos últimos grupos parecen estar en la base de la pirámide social). Luego de un recorrido escuchando las bondades del socialismo, nos detuvimos en un lugar en la costa, y nos dijo que ese lugar era Mariel, el puerto desde donde emigraron miles de cubanos unos 15 años antes (recuerden la película Scarface con Al Pacino) pero para este amigo, eran todos delincuentes expulsados por Fidel. Allí había, casualmente, un puesto de helados cuyo encargado era, también casualmente, amigo de este taxista que, a pesar de su castrismo militante, también se ve que hacía unos dólares extras con la economía de cara al turista. Tomamos tres helados mientras nos contaba acerca de los misiles que tenía el comandante apuntando hacia Miami.

El último contacto con la Cuba comunista lo tuvimos en la escalera para subir al avión que nos llevaría hacia Caracas. El ingreso a la nave se detuvo un momento, porque varios oficiales policiales cubanos subieron al avión de manera ruda y poco amistosa, a dos personas con aspecto muy sospechoso y los sentaron en los primeros asientos. Viajamos con ellos a Caracas sin saber quienes fueron estos desdichados. Seguramente no serían cubanos porque, de ser así, hubieran embarcado con una sonrisa.





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