martes, 1 de diciembre de 2020

Encuentro en la Quebrada de Humahuaca

La Quebrada de Humahuaca es uno de esos sitios mágicos de la Argentina. Me costaría explicar el por qué de la magia con contundencia, pero sí lo puedo hacer a partir de mis recuerdos.

Ya al llegar a Tumbaya y a Volcán, lugares poco visitados por el turismo pero que son la puerta de entrada a la Quebrada, nuestra vida baja dos cambios. No se si también nuestras pulsaciones y ansiedades. El aire cambia y uno entiende y percibe que respira de manera diferente. Mejor. Esto a pesar que en determinados momentos, avanzando por la Quebrada y ganando altura, y dependiendo de cada organismo, la respiración se hace más profunda las primeras horas, tratando de compensar un incipiente efecto de la altura, por lo menos en mi caso

Cada uno ve a la Quebrada como quiere. Turistas que se desesperan ante las artesanías industriales peruanas soslayando la belleza que las mismas intentan retratar. Otros disfrutando de la comida típica y buscando con desesperación comer carne de llama, algunos por su sabor (fuerte), otros por presunción. Están los aborígenes tardíos, rubios como vikingos que enarbolan la bandera multicolor boliviana (los lugareños los llaman "los hippies" y los detestan), aquellos que recorren los pueblos con curiosidad, otros que visitan con minuciosidad todo aquello que indica TripAdvisor, en fin, multiplicidad de motivaciones para visitarla. Una y mil veces.

Iglesia de Uquía.
Soy mucho más amigo del turismo urbano que de la contemplación de la naturaleza, es decir, me gusta más visitar lo que el hombre hizo y los lugares históricos. Particularmente en la Quebrada siempre me interesaron dos cosas. La mixtura entre lo prehispánico y lo hispánico, e imaginarme como aquellos valientes, locos, indómitos españoles, bajando desde el Alto Perú, atravesaron la Quebrada para poner un pie en lo que hoy llamamos la Argentina. Sentado en el Pucará de Tilcara, sintiendo la suave y permanente brisa, entre la voluptuosidad de las montañas, sus colores y la naturaleza pródiga en belleza pero no en alimentos, no puedo una y otra vez dejar de pensar en esos españoles con pesadas armaduras, sus mulas y caballos, sus rústicos arcabuces. Entonces vuelvo una y otra vez a la Iglesia de Uquía a ver las pinturas de los Ángeles Arcabuceros que la decoran y la vuelven más atractiva. Y entonces a través de las pinturas veo como los aborígenes veían a los españoles. Estos les pidieron “pintar ángeles”. “Nunca hemos visto ninguno, señor; ¿Cómo son?", “Pues como nosotros pero con alas”. El impactante resultado me sigue maravillando una y otra vez, ángeles vestidos a la usanza de los Tercios de Flandes.

El Espinazo del Diablo. Tres Cruces.

Esa vez estaba decidido a quedarme muchos días en la Quebrada. Mis múltiples visitas anteriores siempre habían sido cortas, de un día entero pero sin pernoctar. Quería dormir una semana allí, ver que había más allá de Humahuaca, visitar las Salinas Grandes y llegar a los 4.170 metros en la cuesta del Lipán, esto no sin un poco a aprehensión.

Nos alojamos en una modesta Hostería en un punto medio de la Quebrada, a metros del Trópico de Capricornio. Llegamos el 2 de enero y éramos sus únicos huéspedes, lo cual nos permitió disfrutar con exclusividad de la excepcional atención de la única persona que trabajaba en la misma (además del eventual personal de limpieza).

Volviendo un día de la diaria excursión, nos encontramos con otra pareja en la Hostería, lo cual nos provocó alegría. No estábamos solos. Compartimos la cena con ellos en mesas separadas pero al breve tiempo comenzamos a conversar cordialmente de mesa a mesa. Él estaría cerca de los 60 años, ella tendría quizá una década menos. Muy amables, correctos, cariñosos con los niños, especialmente ella. No tardé en conformar su cuadro familiar. Ella era su segunda esposa, psicóloga, y con un hijo (creo que de él) con ocasionales ingestas de marihuana que ellos no festejaban pero tampoco les preocupaba demasiado, y la primera aseveración hacia nosotros; “a Uds. también les va a pasar” provocó ya el primer intercambio verbal, siempre correcto. Y entonces, pasar de ahí al tema político, 2 minutos. Una conversación que ni recuerdo que hizo que uno y otro fijáramos nuestra posición con respecto a Julio Argentino Roca hizo que él, educado y ubicado, me dijera “ya nos medimos”.

La siguiente cena, nuevamente las dos familias en soledad con el telón de estrellas cubriéndonos y maravillándonos,  y la suave brisa veraniega que se colaba por algunas imperfectas aberturas, derivó directamente en la política. Aunque él había sido montonero y yo estoy muy lejos de eso, discutimos con una tranquilidad, empatía y respeto pocas veces vistas. Incluso los dos intentos de secuestro que tuve de pequeño circa 1975, fueron evaluados por él y me terminó afirmando que no era la metodología de ellos, que por lo menos Montoneros no eran, sin poder afirmar lo mismo de sus aliados eventuales del ERP.

La charla derivó en los planes para el día siguiente, donde ellos se dirigirían a Bolivia, ídem nosotros. Nuestro problema era que debíamos tomar un micro en plena ruta y ellos tenían un transporte que los pasaba a buscar por el lugar. Ella hizo todo lo posible para ubicarnos en el mismo pero fue infructuoso. Recordamos su preocupación y amabilidad para con nosotros. Nosotros nos dirigíamos en dirección a Bolivia para ver que había más allá de Humahuaca (Tres Cruces, Abra Pampa, La Quiaca) y para cruzar a Villazón en tren de compras. Lo de ellos era más ambicioso. Iban hacia Potosí, a visitar a un amigo boliviano, escritor, estudioso, cuyo nombre no retuve, para ver juntos la “increíble transformación que está teniendo lugar en Bolivia, la tierra de las plurinacionalidades….”.

La Quiaca.
Les manifesté mi acuerdo con ese concepto, que estaba totalmente de acuerdo con esas medidas de Evo Morales, del reconocimiento de cada etnia y/o comunidad. Él esbozó una sonrisa mientras ella abría los ojos incrédula para preguntarme por qué pensaba yo así. “Es claro”, le dije. “Esto implicaría que si yo fuera boliviano, sería parte de la comunidad ítalo-boliviana que me imagino tendría sus derechos, ámbitos de expresión, etc. En caso que el reconocimiento de Evo sea solo para las etnias pre-hispánicas, estaríamos frente a un estado racista que privilegia a unas etnias en detrimento de otros. Pero lo importante más allá de esto es que reconoce las etnias, que somos distintos.” La sonrisa de él ya no era tan leve pero la cara de incredulidad de ella aumentó, sus ojos parecían salirse de sus órbitas, dejó de mirarme y miró a su pareja quien seguía sonriendo, para luego mirarme sin emitir palabra. En una sociedad donde la mayoría de la personas no está acostumbrada a escuchar opiniones “out-of-the-box”, ella se había topado con uno. 

Nos despedimos afectuosamente. Al día siguiente, pudimos tomar nuestro latinoamericano y polvoriento ómnibus que nos dejó 3 horas después en La Quiaca luego de un viaje lleno de naturaleza indómita y hermosa, y de pueblos salidos de un cuento, como Abra Pampa. Llegamos a pie hasta la frontera donde la fila para cruzar era interminable. Uno de los tantos mochileros argentinos nos explicó que si solamente íbamos a cruzar a Villazón no hiciéramos la fila, que llegáramos hasta los puestos de control sobre el puente sobre el río de la Quiaca y pasáramos los controles de ambos países sin siquiera mirarlos. Nadie nos iba a detener. Ellos sí debían hacer los trámites porque iban todos para el norte; Potosí en Bolivia y Machu Picchu en Perú. Así lo hicimos y pasamos al lado de la interminable fila de jóvenes mochileros argentinos. Entre ellos, divisamos a esta pareja del relato. Nos volvimos a saludar y nunca más nos vimos. Me quedé con su email al cual nunca escribí. Todo había sido dicho y entendido.

sábado, 28 de noviembre de 2020

El mejor Maradona

Confieso que nunca tuve ídolos. No es algo que me enorgullezca ni lo use como bandera pero es así. Esto entendiendo por ídolo a una persona que no solo sea admirado en su faceta profesional, humana o deportiva, sino que extienda la admiración a casi todos los aspectos de su existencia, uno conozca vida y obra de la persona y sea capaz de actos casi rayanos con la locura en virtud de esa admiración, tales como hacer horas de cola para conseguir una entrada, morir por una foto o autógrafo, dar la vida por un abrazo, preocuparse por su salud, llorar su muerte.

Entiendo que esto lo heredé de mi padre, que tenía en muchas actividades un referente, pero su admiración se circunscribía a la actividad en la cual la persona se destacaba, personajes tales como Duke Ellington en la música, Ricardo Alix en basket, Félix Loustau en Fútbol...


Nacido y criado en La Paternal, aunque con el corazón futbolístico repartido entre Boca Juniors y All Boys, mi relación con Maradona fue desde muy chico. Verlo jugar innumerables veces en Argentinos Juniors, jugar algunas veces fútbol con sus hermanos, me hizo verlo a Maradona, al que solo saludé años más tarde solo una vez en la cancha de Boca, como un ser absolutamente terrenal. 


Los éxitos deportivos que consiguió (no tantos como hubiera debido) lo llevaron a la cima del mundo, fundamentalmente a partir del Mundial 1986, y lo hicieron la persona más conocida del planeta. Y a partir de su paso por el Napoli, comenzó una nueva etapa en su vida, que fue ser un símbolo más allá de lo estrictamente deportivo, algo que se repitió hasta el final de sus días. Pero volviendo al punto inicial de los ídolos, en mi caso fue una faceta que ignoré totalmente, a veces adrede, para no perder la admiración que le tuve (tengo) como excepcional futbolista, quizás el mejor de la historia.


Nunca vi en él algo más que un deportista pero mil veces analicé por qué para millones de personas, fue algo más. Particularmente en su país, el nuestro, que vive de golpe en golpe. Y al igual que ese fanático de Boca o River o del equipo que sea, que se muere por su team, Maradona para muchas personas representaba la probable victoria del domingo, para un tipo que de lunes a sábado perdía por goleada en su vida, su trabajo, su salud. Era la posibilidad de gritarle “gol” al fracaso de cada día, de que emergiera una sonrisa donde siempre había una mueca de esfuerzo y quizá dolor.


La universalidad de Maradona nos sorprendió a quienes lo tuvimos tan cerca. Miles de anécdotas. Recuerdo mi llegada a Cuba en 1994, cuando luego de 10 interminables minutos en los cuales personal militar en la aduana analizaba nuestros pasaportes con una lentitud y seriedad que nos hizo preocupar. Al devolvernos los mismos, con una gran sonrisa nos dijo “Bienvenidos a Cuba, ¿cómo anda Maradona?”, como si fuéramos nosotros cercanos a Diego, y para él quizá lo debíamos ser. O años más tarde, viajando en un tren nocturno de Venecia a Viena, compartiendo camarote con una familia refugiada del Kosovo. No entendían de donde éramos, no había forma y el italiano que usábamos para comunicarnos no ayudaba. Cada vez que nombrábamos Argentina nos confundían con Argelia hasta que levanté mis brazos, abrí las palmas de mis manos hacia adelante como diciendo “pará”, lo miré fijamente y le dije “Argentina, Maradona”. “Ah, Argentina, claro, Maradona, lo hubieras dicho antes”.


Vi jugar mucho a Maradona en Argentinos, en Boca, en la Selección argentina. Yendo a la cancha, se entiende. Lejos estaban los tiempos de la TV como dominadora del espectáculo y menos del streaming y las redes sociales. Y confieso que cuando se fue al Barcelona le perdí el rastro, me desentendí de su carrera deportiva. Pero en la cancha de Boca yo notaba que la gente seguía su vida y existencia con una devoción y un fanatismo que no entendía. La universalización de Maradona la sentía como una invasión a los privilegiados que lo vimos desde un principio. Era muy común ir a ver a Argentinos Juniors y notar en las tribunas a muchos amantes del fútbol que no iban a ver el partido, iban a ver a ese pibe morocho y enrulado que la rompía. Ese pibe que por suerte jugó varios años en el fútbol local, antes que el fútbol negocio mundial nos comenzara a sacar a los cracks cuando apenas destetaban. Fútbol negocio que quizás nació luego de él, a pesar de él. La FIFA hizo uso y abuso de su figura y él, no de manera inocente, fue parte de ese juego. Insultó y se abrazó con los jerarcas de la FIFA, de la misma manera que lo hizo con políticos de toda laya. Un auténtico Maradona, incoherente y temperamental.


En ese fútbol doméstico, se lo cuidaba y respetaba. Recuerdo cuando observando un partido de esos que se siguen con la nariz pegada al alambrado, el “tolo” Gallego lo revoleó por los aires cansado de su talento y desfachatez. El árbitro se acercó tarjeta amarilla en mano (creo que era Luis Pestarino) y, con una media sonrisa, le dijo a Gallego “al pibe, no”.


Un jueves 3 de abril de 1980, el Argentinos de Maradona, un conjunto de jugadores de nivel medio comandados por el 10 (que ese año serían subcampeones de River) recibía a Talleres de Córdoba en la cancha de Atlanta. Talleres, que era el equipo sensación del interior del país, había perdido un campeonato de una manera increíble a manos de Independiente un par de años antes. Contaba con jugadores de nivel selección, algunos campeones mundiales de 1978 y una leyenda del fútbol cordobés como el hacha Ludueña. 


Yo los jueves practicaba Karate en Atlanta y en virtud a eso nos encontramos luego de mi práctica con mi viejo en la cancha. La cantidad de gente que había era notable para un jueves, en el viejo estadio de tablones de madera de los bohemios, con tribunas de grandes dimensiones. Iban a ver al 10.


El resultado fue anecdótico, ganó Argentinos 3 a 2, pero dos jugadas no lo fueron. No se si existen registros fílmicos pero si los hubiera, esas jugadas en blanco y negro opacarían los goles de Diego que nos muestra la TV día a día, hechos en la selección, Boca, Barcelona, Napoli.


El primero fue en el primer tiempo, en el arco que da sobre la avenida Corrientes. Un tiro libre directo se debía cobrar desde la derecha, en una posición cerca al córner. Donde se imponía un centro buscando algún cabezazo salvador, una zurda mágica colgó suavemente, casi con desprecio, la pelota en el ángulo superior del primer palo.



El segundo fue una obra maestra, sobre el arco que da a la calle Muñecas. Diego arrancó por derecha en posición de ocho (¿se acuerdan del gol a los ingleses?) desparramando rivales hasta que llegó al fondo de la cancha, en el límite del área. Enganchó con la zurda hacia afuera y su espalda quedó mirando la línea de fondo, con el arco a su derecha. El arquero Baley, campeón del mundo 1978, lo salió a cubrir rápidamente y sus compañeros de la zaga central se ubicaron sobre la línea de gol. Un zurdazo repentino, exacto y mágico, superó el achique del arquero, el salto de ambos centrales sobre la línea de gol, las leyes de la física y se colgó en el ángulo más lejano al emisor del remate. La gente de Talleres aplaudía. Un gol similar de Messi hoy lo veríamos repetido hasta el cansancio por todos medio de reproducción posible.


Pero ese gol, una calurosa tarde de otoño en la cancha de Atlanta, solo lo vimos quienes vimos al mejor Maradona. Que afortunados fuimos.


Carlos A Diana, 28-XI-2020


sábado, 18 de junio de 2011

Paranoia camino a Rochester


El viaje a Rochester, pequeña ciudad de EEUU de unos 100.000 habitantes ubicada en el estado de Minnesota, se presentaba complicado, no por lo largo del trayecto (Ezeiza-Dallas, Dallas-Chicago y Chicago-Rochester) sino por suceder en medio de la pandemia desatada por la gripe “A” allá por mediados de 2009.

Acá en la Argentina la misma era noticia cada minuto en los medios de comunicación. Se agotaban los barbijos, el alcohol en gel. Se suspendían las clases y los besos. Colapsaban las guardias de los hospitales. Confieso que vivía con miedo por mis hijos.

Arribamos con Sergio al aeropuerto Dallas-Fort Worth en Texas, y lo primero que nos sorprendió fue que solo usaban barbijos una pareja de argentinos y otra de orientales, los cuales convengamos que los usan comúnmente, sea por la polución o por alguna pavada. En Chicago el ambiente era similar, parecía que no estaban en medio de un grave problema, como los medios de comunicación sugerían.

Clínica Mayo

Llegamos extenuados  a Rochester luego de un corto vuelo de American Eagle, y lo primero que nos sorprendió era la cantidad de auxiliares con sillas de ruedas que esperaban la llegada de nuestro pequeño avión en la manga del pequeño y ordenado aeropuerto rodeado de plantaciones de maíz.  Claro, en Rochester existe un impresionante complejo de varios edificios perteneciente a la clínica Mayo, la más reconocida entidad médica de todo EEUU. Un amigo, con inevitable mala intención, decía que claramente era un aeropuerto donde arribaba más gente que la que departía.

Aeropuerto de Rochester

El segundo empleador de la ciudad luego de la clínica es IBM, el cual era nuestro anfitrión. En Rochester IBM tiene su más grande instalación contigua en el mundo, en la cual ensamblan los sistemas Power, la cual era uno de los motivos de nuestra visita.

Fábrica IBM en Rochester

En la ciudad nada nos hacía recordar la gripe ‘A’ que conmovía a todo el mundo, con epicentro en México y los mismos EEUU. La TV solo comentaba acerca de una escuela de New York cerrada porque varios alumnos habían contraído la enfermedad. Asimismo, mexicanos que compartían el evento con nosotros, decían que el tema en México DF no era tan grave como se decía.

Skyway
Rochester está considerada como una de las mejores ciudades de todo el país para vivir. Cuenta con un clima desapacible (por suerte durante nuestra visita reinó el buen tiempo) lo cual llevó a la creación de dos sistemas de comunicación peatonal absolutamente novedosos, llamados Skyway y Subway. El primero es un sistema de comunicación elevado y el segundo por debajo de la superficie. Dado lo inclemente del clima la mayor parte del año, estos sistemas de comunicación pedestres comunican amplias áreas del centro de la ciudad, incluyendo accesos para discapacitados. Por ejemplo, del hotel donde nosotros estábamos, abríamos una puerta en uno de los pisos para pasar al edificio contiguo, luego atravesábamos la calle de manera aérea y terminábamos dentro de un centro comercial, sin haber asomado nuestras narices a la calle.

El resto de la ciudad no es muy diferente a otras de EEUU: algún buen Mall (en este caso el Apache Mall), Starbucks, Wal-Mart, Barnes & Noble,  BestBuy, etc, canchas de golf y como algo novedoso, casas fúnebres en un número mayor al promedio entiendo que de cualquier lugar del mundo. Los alrededores de la ciudad mostraban un ambiente rural que a nosotros nos parecía muy familiar.

La clínica Mayo es omnipresente y también las personas que se tratan en la misma que uno puede ver por doquier. Muchos de los comercios tienen que ver con la clínica y las necesidades de sus pacientes. Por instantes, pasear por la ciudad puede ser medio deprimente.

El viaje de regreso, duro como el de ida: Rochester-Chicago, Chicago-Miami y Miami-Ezeiza.

Antes de llegar a Buenos Aires, la tripulación de a bordo nos entregó unos formularios que serían requeridos a nuestro arribo a Ezeiza. Decenas de preguntas relacionadas con la gripe ‘A’, nuestra salud, nuestra ubicación en el avión, etc. A la salida de la manga, dos funcionarios del Ministerio de Salud vestidos con guardapolvos blancos y usando barbijos, los recibían, preguntaban sobre los datos completados y obligaban a completar la información faltante. Volvía la paranoia. Por detrás de estos, desembarcaban los pasajeros de un avión proveniente de la ciudad de…México. Todos con barbijos incluida la tripulación. Cuando había bajado buena parte del pasaje, estos funcionarios reparan en dicho avión y su procedencia y comentaban (“se nos pasó el avión de México…”). Lo que sigue se lo podrán imaginar: rápida y corta carrera para recibir los formularios del otro avión desordenadamente, el scaneo con cámara termográfica por parte del personal de la Policía de Seguridad Aeroportuaria de todos nosotros y entremezclados los pasajeros de ambos aviones, unos con barbijos, los otros sin ellos antes de pasar por migraciones.

Días después pensaba, maliciosamente, en la fogata que habrán hecho en el Ministerio de Salud con todos esos formularios.

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