domingo, 8 de agosto de 2021

Cuba en primera persona

En el año 1994 me casé. Los gastos que tuvimos hacían difícil que pudiéramos tener una luna de miel en un lugar soñado pero, por sorpresa, una gran colecta hecha por mis compañeros de trabajo a la cual se plegaron los dueños de la empresa motivó que en pocos días tuviéramos la chance de elegir un destino paradisíaco para la luna de miel, amén de contar con un resto de dinero para pagar unas cuántas cuotas del préstamo que obtuvimos para comprar nuestro primer departamento. 

Me recomendaron una agencia de viajes muy profesional y rápidamente me pusieron sobre la mesa las opciones. La idea era ir al Caribe y por precios, combinación de vuelos, poco tiempo para elegir y un genuino interés propio por conocer ese país, la elección fue Cuba.

Volamos por VIASA, la compañía venezolana que ya en esa época pertenecía a Iberia y poco tiempo después desapareció. Un vuelo inicial nos llevó de Buenos Aires a Caracas, y tras una espera de tres horas, otro vuelo nos depositó, ya muy tarde, en La Habana.

Compartimos los vuelos con Adolfo Pérez Esquivel, el premio Nobel de la Paz argentino de 1980. Arribados a Venezuela, se le fueron acercando personas de otras nacionalidades (fundamentalmente de países andinos, por su vestimenta) y lo saludaban como a una Deidad, posición que quienes me conocen no comparto en lo más mínimo. No sabíamos que estaba pasando pero lo vimos luego en la TV cubana. Hacía unos pocos años que había caído la Unión Soviética, principal sostén político y económico de Cuba, y el régimen enfrentaba una profunda crisis. Sin saberlo, coincidimos en una semana que albergaba un evento de solidaridad internacional con Cuba. De comunistas de todo el mundo no comunista, obviamente. 

La llegada a La Habana fue bien de noche y no nos pareció que el sector que nos tocó fuera el sector principal del Aeropuerto José Martí. No era más que un galpón arreglado para cumplir con ciertas funciones. A lo lejos se veía, atravesando las pistas, un sector más iluminado y mejor presentado. El militar que nos pidió la documentación era muy joven, casi un adolescente. Revisó los pasaportes con minuciosidad y las visas que, en el caso de Cuba, no se imprimen sobre el pasaporte sino que son un papel suelto dentro del mismo. En el pasaporte no quedaron evidencias de nuestro paso por la isla. (Decían que esto lo hacían para que no quedara registro en los pasaportes de visitantes estadounidenses y esto les generara problemas, pero nunca lo pudimos confirmar). Tanto a mi esposa como a mí nos miró fijamente, comparando nuestros rostros con las fotos de la documentación. El gesto, siempre adusto y sombrío. Dos veces llamó por teléfono diciendo en cada llamada nuestros nombres respectivamente, no sabemos a quien. Cuando finalizó este largo chequeo, nos devolvió los pasaportes y con una amplia sonrisa que parecía de otra persona y lugar nos dijo "Bienvenidos a Cuba, ¿Cómo anda Maradona?". 

Abordamos un bus que supo de tiempos mejores rumbo a Varadero. El chofer estaba acompañado por una par de mujeres que, sentadas sobre una heladerita tipo playera, ofrecían a los pasajeros refrescos y algo para comer. La venta de esos productos fue la primera muestra de la economía cubana ilegal de cara a los turistas, de su posibilidad de poder conseguir unos tan necesarios dólares.

Llegamos muy tarde a nuestro destino, un hotel de capitales españoles llamado Sol Palmeras, ubicado sobre la playa y dotado de unas instalaciones excepcionales, por lo menos para nuestros ojos. A la mañana nos reunimos con el representante de la agencia de viajes que contratamos. Esta cubano cuarentón, rubio como un vikingo, nos vendió dos excursiones (Cayo Largo y La Habana) y nos dio una larga serie de consejos que básicamente versaban en moverse por el Cuba turístico y no tener contacto con la Cuba real. Por donde andar, qué consumir, que medios de transporte utilizar, etc. "Muévanse siempre en taxis, no usen las guaguas", fue el consejo que más recuerdo. Las guaguas serían nuestros tradicionales colectivos. Al rato, cuando decidimos salir a conocer algo fuera del magnífico hotel, pasó una guagua y la detuvimos. Varadero es una lengua de tierra de unos pocos kilómetros de longitud, con un ancho que en algunos lugares no supera los 200 o 300 metros. Esta guagua venía desde la punta de la península rumbo al centro de Varadero ciudad. El vehículo estaba vacío y subimos con mi esposa. Le pregunté, no sabiendo como podía pagar, si por un dólar me llevaba hasta el centro de Varadero. Su respuesta fue contundente: "Por un dólar, hasta Miami".

El centro de Varadero no difería del resto de Cuba no turística. Gris, casi  sin comercios, autos viejos, poca gente, mucha propaganda del régimen. Todo muy modesto. Terminamos almorzando en una casa particular, construida seguramente antes de la revolución, que había acomodado un ambiente como un restaurante. La comida nada espectacular, pero bien servida y la gente muy agradable.

La primera excursión que hicimos fue a Cayo Largo, una paradisíaca y virgen isla ubicada al sur de Cuba. El vuelo partió desde el aeropuerto Santa Marta en Varadero. El avión, un viejo Antonov ruso con propulsión a hélices. Una ventanilla cada dos filas de asientos (al ir nos tocó una ventana ciega), cinco tripulantes apiñados en una muy pequeña cabina (uno trabajando con un compás sobre un mapa) y una azafata versión cubana de Elisha Cuthbert. El vuelo pertenecía a la compañía estatal Cubana, y salvo un importante pozo de aire que nos tocó al regreso, cumplió su cometido con eficiencia. Durante el almuerzo en Cayo Largo, escuchamos por primera vez a un grupo musical local entonar la canción homenaje al Che Guevara, algo que se repetiría con frecuencia en cada lugar altamente turístico. Y si detectaban que eras argentino, lo harían sí o sí. 

"Aquí, se queda la clara

La entrañable transparencia

De tu querida presencia

Comandante Che Guevara"

En el hotel, detectamos que la gente que trabajaba en el mismo, amén de un profesionalismo y cordialidad excepcional, estaban siempre dando esa milla extra que les permitiera recibir alguna propina, fuera en dinero u otro elemento de los que ellos adolecían. Las camareras eran especialmente atentas y agradecidas. El grupo de animación posterior a cada cena, muy talentoso y amistoso. Quien lo dirigía, presentaba cada atracción en cinco idiomas, dada la diversidad del auditorio, donde argentinos, españoles, franco-canadienses y alemanes éramos mayoría.

Durante una cena también nos dimos cuenta de algo que subyacía en esa Cuba turística. Un septuagenario, argentino él, estaba en una mesa con una esbelta mulata que apenas superaría los 20 años, dueña de una afinada figura, luciendo un vestido negro que supo de épocas mejores (como casi todo en Cuba). El hombre usaba bastón y casi ni se movilizaba, mientras la chica iba y venía sin pausa entre su mesa y las mesas de la comida, disfrutando la misma como si fuera la última cena, antes de finalizar la noche de una manera no muy agradable pero que le permitía disfrutar de todo eso.

La excursión a La Habana era un poco el plato fuerte del viaje y encontramos algunas cosas sobresalientes, pero todas eran pre revolucionarias o naturales. 

En 1994 La Habana estaba en ruinas, a pesar de los intentos de los guías por mostrarnos otra realidad. Algún museo, alguna plaza revolucionaria muy conocida, algún bar famoso pero triste y mal mantenido (La Bodeguita del Medio) y una plaza en la Vieja Habana donde está la Catedral, parte de un conjunto arquitectónico de una belleza notable y mucho mejor mantenido que el resto de la ciudad. Luego el Malecón, donde algunos pescan y otros buscan mirando al horizonte la posibilidad de un futuro mejor.  

Los pocos comercios, todos estatales, poco surtidos y pésimamente atendidos. Imagínense en Argentina yendo a comprar algo a una oficina del ANSES o AFIP. Algo así. Un desgano total. 

Por las calles, se notaba la crisis de esa época. Grupos de mujeres con chicos muy pequeños, siguiendo como pirañas a los grupos de turistas, vendiendo chucherías y pidiendo cualquier cosa: una moneda, caramelos, champú, jabón, una lapicera. Sí, pedían una birome. La policía, de manera no muy discreta de civil, las miraban sin molestarlas; en cambio, eran un poco más estrictos con las llamadas "jineteras" (chicas que ejercían la prostitución) a las cuales demoraban en las calles de vez en cuando y les pedían documentación (el documento personal cubano es como un librito con muchas páginas). También por las calles y restaurantes en esta ciudad, volvimos a escuchar algunas veces la canción del Ché Guevara.

Un día salimos del hotel a caminar y nos pusimos a charlar con un muchacho cubano que volvía de su trabajo, bolsito al hombro. Era ingeniero y su análisis de la situación cubana distaba mucho de la visión de los guías que tuvimos en las excursiones. En un momento de la caminata, o debíamos caminar por la banquina de la ruta o intentar atravesar un hotel. Probamos lo segundo ante la mirada asombrada del cubano. El personal de seguridad nos dejó atravesar el mismo (el hotel era alemán) pero al advertir que el muchacho era cubano, nos dijo que él no podía pasar. Le comenté que venía con nosotros, y solo así lo dejó atravesar la puerta. Seguimos caminando, esta vez en silencio, porque nuestro acompañante se puso mal y prontamente manifestó lo feo que se sentía ser un ciudadano de segunda en su propio país. Llegamos a un parque muy grande y lo invitamos a tomar una cerveza. Al ingresar, lo mismo. Era exclusivo para turistas, pero nuevamente le manifesté al personal de seguridad que él venía con nosotros, y el guardia nos dijo que podía ingresar, pero la responsabilidad de su comportamiento era nuestra. Me imagino que la cerveza que tomamos para nuestro amigo cubano fue la más amarga de la temporada. 

El último día, para trasladarnos desde Varadero a La Habada para regresar, la agencia nos mandó un taxi. El chofer, nuevamente rubio y pelado, era un castrista convencido. (Me meto en el tema étnico, el 70% de los cubanos es de origen europeo, principalmente español. El 15% son negros y el 15% restante son mulatos. A pesar del socialismo imperante, estos dos últimos grupos parecen estar en la base de la pirámide social). Luego de un recorrido escuchando las bondades del socialismo, nos detuvimos en un lugar en la costa, y nos dijo que ese lugar era Mariel, el puerto desde donde emigraron miles de cubanos unos 15 años antes (recuerden la película Scarface con Al Pacino) pero para este amigo, eran todos delincuentes expulsados por Fidel. Allí había, casualmente, un puesto de helados cuyo encargado era, también casualmente, amigo de este taxista que, a pesar de su castrismo militante, también se ve que hacía unos dólares extras con la economía de cara al turista. Tomamos tres helados mientras nos contaba acerca de los misiles que tenía el comandante apuntando hacia Miami.

El último contacto con la Cuba comunista lo tuvimos en la escalera para subir al avión que nos llevaría hacia Caracas. El ingreso a la nave se detuvo un momento, porque varios oficiales policiales cubanos subieron al avión de manera ruda y poco amistosa, a dos personas con aspecto muy sospechoso y los sentaron en los primeros asientos. Viajamos con ellos a Caracas sin saber quienes fueron estos desdichados. Seguramente no serían cubanos porque, de ser así, hubieran embarcado con una sonrisa.





domingo, 6 de diciembre de 2020

El peor Maradona

Así como hace poco dedicamos unas líneas a "El mejor Maradona", ahora nos tenemos que referir al peor. Y en este caso, no es la idea caer sobre la vida personal de un mortal al que otros mortales convirtieron en Dios. No es grato ni es nuestra función. Como decían los griegos, "los Dioses son hombres inmortales y los hombres son Dioses mortales".

En esta sociedad del siglo XXI, donde supuestamente una Libertad Suprema nos abarca, derribando dogmas, barreras y religiones, surgen nuevas dogmas, barreras y religiones de la mano de estos abolicionistas que nuevamente dirán, como en toda época, lo que está bien y lo que está mal, todo barnizado esta vez de una capa de hipocresía notable. El peor esclavo es aquel que se cree libre.

Maradona falleció y ha subido al Olimpo, Walhalla o Paraíso del fútbol, lo que cada uno crea. Esa rápida canonización secular, entronizó a Maradona cerca de los Dioses. Y no solamente, como era de esperar, cualquier atisbo de crítica al nuevo Dios sería severamente condenada, sino también la falta de homenajes en cualquier ámbito, de cualquier persona o institución. Faltó poco para el luto obligatorio de antaño.


Si vamos a los hechos, el velorio de Maradona fue una fiel expresión del país voluntarista, barra brava, precario que supimos construir. Una serie de equívocos previsibles hasta por la persona más alejada de la realidad, convirtieron lo que pudo ser una ceremonia sentida, sacra, dolorosa y a la vez emotiva en una película de Peter Sellers. Peor no pudo salir. No pocos imaginamos que difícilmente pudiera salir mejor.

La falta de homenaje de Los Pumas en su primer partido luego del fallecimiento de Maradona, fue juzgada ferozmente por una sociedad empujada a confrontar con la clase alta con historial de clase alta, por advenedizos a esa misma clase alta como son la clase política y sus satélites dentro y fuera del ámbito político.

El patoterismo cultural del siglo XXI (el cual no es patrimonio en absoluto del socialismo) nos obliga a rendirle pleitesía a un difunto, en este caso Diego. Y si no se le rinde pleitesía ni se lo ataca sino que se mantiene uno en un respetuoso silencio, el mismo equivaldría a una falta de respeto para con el ídolo. Una locura total en una sociedad supuestamente democrática, inclusiva, tolerante. O que por lo menos lo declama y gasta fortunas en eso.

Han buscado en lo profundo de las cuentas de las redes sociales de los jugadores de Los Pumas para encontrar comentarios xenófobos u homofóbicos realizados hace años cuando eran unos adolescentes. El ataque fue total y frontal. Apuradas sanciones de la UAR, condena total del establishment e innecesarios pedidos de disculpas se sucedieron. La Argentina moral e intachable había plantado una pica en Flandes.

Los antiguos, con esa sabiduría que estamos perdiendo, "hablaban de las armas de doble filo. Y fue así que como algunos buscaron los tuis de Los Pumas, aparecieron otros viejos tuits de influencers y otras clases de pelotudos, igual de xenófobos y racistas que los escritos por los jugadores de Los Pumas. Y también, aparecieron tuis del presidente Fernández, no de cuando era un muchacho de Villa del Parque sino de hace pocos años, mandando a las mujeres a cocinar o diciéndole a una persona que era menos digno que un puto (sic). A veces, el tiro sale por la culata.

Posiblemente esto con el tiempo vuelva a sus carriles normales y la vida vuelva a ser a misma. Y esperemos que nunca más nadie, por más Dios que sea, nos mande a chuparla, nos diga que la tenemos adentro o nos explique que los negros no destiñen.



martes, 1 de diciembre de 2020

Encuentro en la Quebrada de Humahuaca

La Quebrada de Humahuaca es uno de esos sitios mágicos de la Argentina. Me costaría explicar el por qué de la magia con contundencia, pero sí lo puedo hacer a partir de mis recuerdos.

Ya al llegar a Tumbaya y a Volcán, lugares poco visitados por el turismo pero que son la puerta de entrada a la Quebrada, nuestra vida baja dos cambios. No se si también nuestras pulsaciones y ansiedades. El aire cambia y uno entiende y percibe que respira de manera diferente. Mejor. Esto a pesar que en determinados momentos, avanzando por la Quebrada y ganando altura, y dependiendo de cada organismo, la respiración se hace más profunda las primeras horas, tratando de compensar un incipiente efecto de la altura, por lo menos en mi caso

Cada uno ve a la Quebrada como quiere. Turistas que se desesperan ante las artesanías industriales peruanas soslayando la belleza que las mismas intentan retratar. Otros disfrutando de la comida típica y buscando con desesperación comer carne de llama, algunos por su sabor (fuerte), otros por presunción. Están los aborígenes tardíos, rubios como vikingos que enarbolan la bandera multicolor boliviana (los lugareños los llaman "los hippies" y los detestan), aquellos que recorren los pueblos con curiosidad, otros que visitan con minuciosidad todo aquello que indica TripAdvisor, en fin, multiplicidad de motivaciones para visitarla. Una y mil veces.

Iglesia de Uquía.
Soy mucho más amigo del turismo urbano que de la contemplación de la naturaleza, es decir, me gusta más visitar lo que el hombre hizo y los lugares históricos. Particularmente en la Quebrada siempre me interesaron dos cosas. La mixtura entre lo prehispánico y lo hispánico, e imaginarme como aquellos valientes, locos, indómitos españoles, bajando desde el Alto Perú, atravesaron la Quebrada para poner un pie en lo que hoy llamamos la Argentina. Sentado en el Pucará de Tilcara, sintiendo la suave y permanente brisa, entre la voluptuosidad de las montañas, sus colores y la naturaleza pródiga en belleza pero no en alimentos, no puedo una y otra vez dejar de pensar en esos españoles con pesadas armaduras, sus mulas y caballos, sus rústicos arcabuces. Entonces vuelvo una y otra vez a la Iglesia de Uquía a ver las pinturas de los Ángeles Arcabuceros que la decoran y la vuelven más atractiva. Y entonces a través de las pinturas veo como los aborígenes veían a los españoles. Estos les pidieron “pintar ángeles”. “Nunca hemos visto ninguno, señor; ¿Cómo son?", “Pues como nosotros pero con alas”. El impactante resultado me sigue maravillando una y otra vez, ángeles vestidos a la usanza de los Tercios de Flandes.

El Espinazo del Diablo. Tres Cruces.

Esa vez estaba decidido a quedarme muchos días en la Quebrada. Mis múltiples visitas anteriores siempre habían sido cortas, de un día entero pero sin pernoctar. Quería dormir una semana allí, ver que había más allá de Humahuaca, visitar las Salinas Grandes y llegar a los 4.170 metros en la cuesta del Lipán, esto no sin un poco a aprehensión.

Nos alojamos en una modesta Hostería en un punto medio de la Quebrada, a metros del Trópico de Capricornio. Llegamos el 2 de enero y éramos sus únicos huéspedes, lo cual nos permitió disfrutar con exclusividad de la excepcional atención de la única persona que trabajaba en la misma (además del eventual personal de limpieza).

Volviendo un día de la diaria excursión, nos encontramos con otra pareja en la Hostería, lo cual nos provocó alegría. No estábamos solos. Compartimos la cena con ellos en mesas separadas pero al breve tiempo comenzamos a conversar cordialmente de mesa a mesa. Él estaría cerca de los 60 años, ella tendría quizá una década menos. Muy amables, correctos, cariñosos con los niños, especialmente ella. No tardé en conformar su cuadro familiar. Ella era su segunda esposa, psicóloga, y con un hijo (creo que de él) con ocasionales ingestas de marihuana que ellos no festejaban pero tampoco les preocupaba demasiado, y la primera aseveración hacia nosotros; “a Uds. también les va a pasar” provocó ya el primer intercambio verbal, siempre correcto. Y entonces, pasar de ahí al tema político, 2 minutos. Una conversación que ni recuerdo que hizo que uno y otro fijáramos nuestra posición con respecto a Julio Argentino Roca hizo que él, educado y ubicado, me dijera “ya nos medimos”.

La siguiente cena, nuevamente las dos familias en soledad con el telón de estrellas cubriéndonos y maravillándonos,  y la suave brisa veraniega que se colaba por algunas imperfectas aberturas, derivó directamente en la política. Aunque él había sido montonero y yo estoy muy lejos de eso, discutimos con una tranquilidad, empatía y respeto pocas veces vistas. Incluso los dos intentos de secuestro que tuve de pequeño circa 1975, fueron evaluados por él y me terminó afirmando que no era la metodología de ellos, que por lo menos Montoneros no eran, sin poder afirmar lo mismo de sus aliados eventuales del ERP.

La charla derivó en los planes para el día siguiente, donde ellos se dirigirían a Bolivia, ídem nosotros. Nuestro problema era que debíamos tomar un micro en plena ruta y ellos tenían un transporte que los pasaba a buscar por el lugar. Ella hizo todo lo posible para ubicarnos en el mismo pero fue infructuoso. Recordamos su preocupación y amabilidad para con nosotros. Nosotros nos dirigíamos en dirección a Bolivia para ver que había más allá de Humahuaca (Tres Cruces, Abra Pampa, La Quiaca) y para cruzar a Villazón en tren de compras. Lo de ellos era más ambicioso. Iban hacia Potosí, a visitar a un amigo boliviano, escritor, estudioso, cuyo nombre no retuve, para ver juntos la “increíble transformación que está teniendo lugar en Bolivia, la tierra de las plurinacionalidades….”.

La Quiaca.
Les manifesté mi acuerdo con ese concepto, que estaba totalmente de acuerdo con esas medidas de Evo Morales, del reconocimiento de cada etnia y/o comunidad. Él esbozó una sonrisa mientras ella abría los ojos incrédula para preguntarme por qué pensaba yo así. “Es claro”, le dije. “Esto implicaría que si yo fuera boliviano, sería parte de la comunidad ítalo-boliviana que me imagino tendría sus derechos, ámbitos de expresión, etc. En caso que el reconocimiento de Evo sea solo para las etnias pre-hispánicas, estaríamos frente a un estado racista que privilegia a unas etnias en detrimento de otros. Pero lo importante más allá de esto es que reconoce las etnias, que somos distintos.” La sonrisa de él ya no era tan leve pero la cara de incredulidad de ella aumentó, sus ojos parecían salirse de sus órbitas, dejó de mirarme y miró a su pareja quien seguía sonriendo, para luego mirarme sin emitir palabra. En una sociedad donde la mayoría de la personas no está acostumbrada a escuchar opiniones “out-of-the-box”, ella se había topado con uno. 

Nos despedimos afectuosamente. Al día siguiente, pudimos tomar nuestro latinoamericano y polvoriento ómnibus que nos dejó 3 horas después en La Quiaca luego de un viaje lleno de naturaleza indómita y hermosa, y de pueblos salidos de un cuento, como Abra Pampa. Llegamos a pie hasta la frontera donde la fila para cruzar era interminable. Uno de los tantos mochileros argentinos nos explicó que si solamente íbamos a cruzar a Villazón no hiciéramos la fila, que llegáramos hasta los puestos de control sobre el puente sobre el río de la Quiaca y pasáramos los controles de ambos países sin siquiera mirarlos. Nadie nos iba a detener. Ellos sí debían hacer los trámites porque iban todos para el norte; Potosí en Bolivia y Machu Picchu en Perú. Así lo hicimos y pasamos al lado de la interminable fila de jóvenes mochileros argentinos. Entre ellos, divisamos a esta pareja del relato. Nos volvimos a saludar y nunca más nos vimos. Me quedé con su email al cual nunca escribí. Todo había sido dicho y entendido.

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