miércoles, 6 de septiembre de 2023

Río de la Plata desde un mega crucero

La propuesta era tentadora y asequible económicamente. Disfrutar de un minicrucero de 3 noches por las aguas de nuestro ancho río compartido con Uruguay. Costa Cruceros destina año tras año una embarcación para ofrecer este servicio en Sudamérica durante el verano austral, alternando este itinerario reducido (Buenos Aires, Punta del Este y Montevideo) con otro un poco más extenso que alcanza Río de Janeiro y otros destinos de Brasil. Lo curioso de este ofrecimiento de la compañía italiana es que nunca hay un inicio o fin del crucero, es decir, cuando uno aborda hay pasajeros que ya vienen viajando desde otro destino y a la vez, cuando uno llega a su destino final, otros pasajeros siguen disfrutando de la embarcación. Para los tripulantes, es un trabajo continuo y, por lo que vimos y nos contaron, agotador.
Datos generales

El barco se llamaba Costa Pacífica, de la compañía italiana Costa Cruceros (https://www.costacruceros.com/). Impresiona por sus 290 metros de eslora y su descomunal altura de casi 50 metros. Puede llevar casi 4.000 pasajeros y su tripulación supera las 1.000 personas. Una auténtica ciudad florante, y vaya si lo es.

Elegimos un camarote interno (sin ventanas). Pequeño pero acogedor y bien equipado. Preferimos gastar la diferencia existente con un camarote al exterior para pagar el paquete de bebidas alcohólicas. Las mismas, de tener que pagarlas, eran caras. Como ejemplo, una simple Caipirinha costaba la friolera de U$S 8.- Toda la comida está incluida, pero las bebidas solo las sin alcohol. Y en nuestro paquete, algunas pocas quedaban afuera. (está claro que me pedí una Caipirinha y no estaba incluida...).

La comida es super abundante y a toda hora. Y muy buena. Más allá de desayunos, almuerzos y cenas, en cualquier momento del día en diferentes lugares de la embarcación pueden aparecer un mini food-trucks ofreciendo algo para comer. Es verdad la idea que uno puede salir rodando de estos barcos.

Particularme las cenas se sirven en distinguidos lugares, siendo asignada siempre la misma mesa atendida por muy amables filipinas (la elección del restaurante se puede hacer antes de embarcar). La cena es de 3 pasos, no muy abundantes pero muy ricos, pudiendo ser elegidos de una carta con algunas opciones disponibles. La última cena se convierte en un momento en una divertida fiesta italiana, bailando con las chicas que nos atienden y otros comensales.

Diariamente distribuyen por los camarotes unos newsletters con la programación de los eventos del día y otra información de interés, algunas referidas al puerto a tocar ese día. Se sugieren para cada día algunos dress-codes para las noches, que en nuestro caso una noche fue formal y la última noche, con el barco llegando a Buenos Aires, fue la noche de blanco. La primera con no demasiada aceptación, la última de aceptación masiva.

La tripulación es cosmopolita. Oficialidad y free-shops italianos, en los bares casi todos empleados brasileros. meseras filipinas y pasteleros y cocineros indonesios. Hasta ahí vimos o averiguamos...

La travesía

Embarcamos en Buenos Aires luego del mediodía (luego de esperar bastante, próxima vez iremos más temprano) y ya pudimos disfrutar de todos los servicios a partir de ese momento, a pesar que la nave zarpó recién a las 19:00 hs. con una hermosa vista de la ciudad. Ese día tomamos algo en uno de los bares que nos ofrecía un show musical y luego de la cena, fuimos a otro de los bares a bailar. Antes de la cena recorrimos todo lo que pudimos: encontramos discoteque, casino, juegos Arcade, muchos bares diversos, un enorme teatro que atraviesa 3 pisos cerca de la proa y la zona donde están los pocos locales que hacen de free-shop, cerca del hall principal. Por todos lados hay ascensores. Y gente.

Decepción inicial

El primer puerto que iba a tocar el Costa Pacífica era Punta del Este. Se iba a descender en lanchones porque no cuenta la ciudad con un puerto adecuado. Cuando me dirigía a buscar los tickets aproximadamente a las 8:00 hs, el capitán anunció por los altoparlantes que se suspedía la visita por mal tiempo. El cielo estaba despejado y la mañana soleada, pero cierto oleaje entiendo motivó esta decisión. Desde 1994 que no ibamos a Punta, por lo cual nos defraudó un poco este inconveniente.

Contemplamos Punta el Este desde una de las terrazas del barco y el mismo se adentró en el mar bordeando la isla Gorriti, encontrando aguas de un color azul que nos hacían imaginar que estábamos en el Caribe. Ese día disfrutamos de las piletas y jacuzzis, tomamos sol en sus amplias cubiertas y luego de almorzar en la zona estilo autoservicio, utilizamos las excelentes instalaciones del gimnasio, ubicadas cerca de proa. El  mismo se complementaba con otros servicios de pago, como masajes, peluquería,etc.


Esa noche el barco debería haber permanecido en Punta del Este, pero ante estas circunstancias el capitán indicó que había solicitado permiso para atracar en Montevideo un día antes de lo planeado y, antes del anochecer, llegamos a la bella capital uruguaya.

Noche de gala

Atracados en Montevideo, algunos nos atrevimos a sacar nuestros trajes y vestidos de gala y así nos paseamos esa noche por la embarcación, para terminar la noche primero asistiendo a un hermoso show musical en el teatro y finalizando fumando un cigarrillo a la luz de las estrellas en la popa. Titanic un poroto.

A la mañana siguiente, luego de desayunar pantagruélicamente, bajamos a recorrer Montevideo. Nos indicaron que debíamos llevar la tarjeta identificatoria personal que nos dieron al embarcar y recordaron la hora límite para volver al barco. (dicha tarjeta servía para consumir todos los servicios en el barco, los incluidos y los no incluidos, para los cuales teníamos asociada una tarjeta de crédito a la misma). De documentación nada nos dijeron y, de manera sorpresiva, ninguna autoridad uruguaya nos solicitó nada. Bajamos del barco y rápidamente estábamos en la peatonal Sarandí, visitando por un par de horas una ciudad que habíamos recorrido intensamente unos años antes. Muy poca gente bajó del barco, sí bajaron muchos miembros de la tripulación, que parecían ser de mantenimiento o del sector de máquinas.

Luego de algunas compras de rigor, al retornar al barco nos solicitaron nuestras identificaciones al abordar y rápidamente nos fuimos a almorzar. Nuevamente disfrutamos los servicios del barco, hicimos algunas compras en el free-shop estilo rebate (sacaban mesas a los pasillos y vendían a precios accesibles algunos productos) y nos preparamos para la notte bianca.


Esta vez sí los pasajeros se plegaron a la consigna y en los restaurantes se vivieron momentos de jolgorio y algarabía, Nos depedimos cariñosamente de nuesta mesera filipina y nos fuimos a una de las terrazas a disfrutar de una noche a toda música que terminó a altas horas de la madrugada. Como comentamos anteriormente, al salir de esta fiesta nos topamos con un mostrador donde se estaban sirviendo hamburguesas.



Mi Buenos Aires querido

Esa misma noche estuvimos averiguando como sería el desembarco al día siguiente, especialmente como sería el procedimiento para que nos retiraran el equipaje del camarote para luego dárnoslo en tierra, así como también el orden de desembarco mediante un código de colores. Nadie parecía tenerlo claro. A determinada hora y teniendo en cuenta el color que nos había tocado, había que ir al teatro y desde ahí los grupos desembarcaban. Por suerte nos tocó un grupo de los últimos, por lo cual pudimos desayunar bajo una tenue lluvia con vista a nuestra ciudad.

Nos quedamos con ganas de más, y ya estamos planeando el crucero hasta Río de Janeiro, donde las opciones son dos, como decíamos al principio. O abordar en Buenos Aires o volar a Río, pasar unos días en la Ciudad Maravillosa y embarcar ahí rumbo a Buenos Aires. Hay tiempo para pensarlo.








sábado, 14 de mayo de 2022

Visitando la Docta. Fin de semana en Córdoba y alrededores

Luego de un poco más de dos años, por razones archi conocidas, volvimos a volar. 

Teníamos algún tipo de temor por alguna inesperada medida COVID en Aeroparque, dadas la discrecionalidad criolla y a que la información brindada por Aerolíneas Argentinas era algo ambigua, pero finalmente todo fue igual a las épocas pre pandémicas salvo por el uso obligatorio de barbijos, tanto en la terminal aérea como en el avión. Incluso se ofreció un servicios de bebidas a bordo, algo que la información brindada por la aerolínea antes del viaje indicaba que dicho servicio no se brindaba en vuelos tan cortos como este a Córdoba. Nuevamente, las contradicciones COVID. Todos con barbijo hasta que llegó el cafecito, momento en el cual todos, casi felizmente, compartimos nuestros aerosoles por todo el Embraer. Excelente atención de las tripulantes de cabina, para destacar. Y puntualidad anglosajona en el viaje.

Córdoba nos recibió con mucha gente por sus calles, impregnadas las mismas con olores a café y a panes recién horneados. Nos hizo acordar a nuestros viajes por Europa, cuando al despuntar el día ya salíamos a recorrer y percibíamos esos mismos olores. Hermoso Deja Vu. Recorrimos abarrotados Mercados Sur y Norte y zonas aledañas hasta cerca del mediodía. Rápidamente salimos de las mismas tras compras de rigor y enfilamos hacia el área histórica de la Docta. El clima templado acompañaba y el pueblo cordobés disfrutaba de compras y paseos matinales.

Ahí las primeras decepciones. Tanto la cripta jesuítica (https://www.lavoz.com.ar/espacio-de-marca/cripta-jesuitica-un-tesoro-escondido-en-plena-ciudad-de-cordoba/) como el Cabildo de Córdoba https://www.facebook.com/museodelaciudadcordoba/se encontraban insólitamente cerrados. Solo se encuentran abiertos de lunes a viernes. Aunque algunos de nosotros ya los conocíamos, quedaron para una nueva visita en el futuro. Lamentamos fundamentalmente la visita a la cripta. Construida en el siglo XVIII, la misma terminó enterrada y olvidada durante muchos años, hasta que fue redescubierta por casualidad, en una obra para la instalación de cables telefónicos, en 1989. Encantada por el tesoro recién descubierto, la ciudad restauró el lugar y lo transformó en una especie de centro cultural, que recibe exposiciones y presentaciones artísticas.

Sin embargo nuestra curiosidad pudo más y pudimos ingresar al Cabildo por la puerta lateral que da al Pasaje Santa Catalina, ya que se estaba desarrollando una excelente exposición de dos talentosos pintores cordobeses y nos invitaron a pasar (ahí verificamos que el acceso al subsuelo del Cabildo estaba cerrado). La misma se llama "Córdoba y los cordobeses". (https://lmdiario.com.ar/contenido/343177/este-viernes-inaugura-la-muestra-cordoba-y-los-cordobeses-en-el-cabildo). Los pueden encontrar en el Instagram @jl3.100.

Siguiendo el recorrido, nos topamos con la magnífica Manzana Jesuítica y la iglesia de los Jesuitas, la Iglesia Compañía de Jesús, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO 2000. Imponente, antigua, medieval, los adjetivos se enciman para describirla. Su pórtico de madera asombra. Los muros sin cobertura permiten ver un conjunto de huecos dispuestos sobre el frente de la iglesia, cuya función es aún hoy motivo de debate entre expertos, algunos de los cuales insisten en que la construcción está inconclusa. Algunas palomas traviesas se adueñaron de los huecos del frente. La capilla es actualmente administrada por la Orden y se la conoce también como Iglesia de San Ignacio. Toda la zona merece una lenta y exhaustiva recorrida. Iglesias, monasterios y antiguos colegios dominan la escena, que muestran la huella de la conquista española.


Esta nueva visita a Córdoba nos permitió recorrer una parte de la ciudad que no conocíamos en detalle, los barrios de Nueva Córdoba y Güemes. Tomando como referencia al shopping Patio Olmos (más de lo mismo), todo lo descrito anteriormente se ubica al norte de dicho lugar, en cambio estos barrios se encuentran al sur del Patio Olmos. Al cruzar el Boulevard San Juan, el panorama cambia repentinamente. Si el norte, histórico y religioso, nos mostró al cordobés de clase media-baja y a barrios muy parecidos al Once de Buenos Aires, el sur nos hizo topar con el cordobés de clase media-alta, la juventud universitaria y lo que hoy llaman las diversidades. Estábamos en la Recoleta.


La avenida Hipólito Irigoyen nos hizo topar con los primeros bares cerveceros y restaurantes de categoría, hasta llegar a un lugar novedoso y atractivo. Se trata del Paseo del Buen Pastor, un complejo para eventos de arte y cultura, en lo que fue anteriormente capilla, monasterio y cárcel de mujeres. En el complejo hay dos estatuas de los conocidos cantantes locales de cuartero la Mona Jiménez y Rodrigo Bueno. Nuevamente bares y lujosos comercios dominan la escena en ambiente terrenal, mientras sobre la escena del Paseo emerge la estructura de la imponente Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, conocida como la iglesia de los capuchinos, excepcional muestra de arquitectura neogótica con delicadas columnas talladas, recientemente restaurada, lo que permite apreciar un paraíso de colores tanto por fuera como por dentro.

 


Desde ahí y caminando en dirección al arroyo La Cañada, nos topamos con el barrio Güemes, de importancia gastronómica y cultural. Visitamos la feria artesanal conocida como el Paseo de las Artes o Paseo de las Pulgas, que se extiende por varias cuadras al lado de La Cañada. La feria, que se desarrolla desde hace más de 30 años, ha permitido el surgimiento de una variada propuesta gastronómica, cultural y comercial que la rodea por completo y complementa su oferta. Aquí por primera vez vimos a muchos extranjeros recorriendo la zona. Los precios de la feria son accesibles y la oferta muy variada y atractiva. Desde artesanías hasta antigüedades, pasando por libros y productos regionales.




Finalizamos nuestro recorrido visitando la ciudad de Villa Carlos Paz. Situada a unos 40 km al oeste de Córdoba Capital y a la vera del Dique San Roque, Carlos Paz ya es la 4ta ciudad en cantidad de habitantes de la provincia y presenta una muy rica oferta turística, comercial y cultural. Accedimos mediante un muy económico ómnibus desde la terminal cordobesa, que luego de un viaje de 1 hora nos depositó en la terminal de Carlos Paz, a pocas cuadras del centro nuevo. 20 años sin visitarla y la ciudad ya no era la misma. Notamos un muy notable crecimiento edilicio y comercial, terminado en una hermosa avenida costanera de 4 km. de longitud, que calculo arrasó con aquel camping donde pasé mis vacaciones en 1985 a orillas del lago San Roque. La costanera tiene una variada oferta gastronómica y mucha gente disfruta de la misma, si el tiempo acompaña. La orilla opuesta a la de la costanera nos deslumbra con edificaciones y mansiones veraniegas que se destacan por su belleza.

Obviamente visitamos el reloj Cucú, ícono de la ciudad,  luego de cruzar un muy moderno puente peatonal, de reciente construcción que conecta el centro nuevo con el centro viejo.


Ya de regreso y como despedida, cenamos en un barcito de Nueva Córdoba, con un incesante pasar de jóvenes y no tan jóvenes, y una clase abierta de tango sobre la plaza Vélez Sarsfield que nos anticipaba el retorno a nuestra ciudad.

Para finalizar, el hotel Amerian Córdoba Park. Con una ubicación excepcional, cerca de todas las atracciones que nombramos, no ofrece un servicio al nivel que la cadena ostenta ni a las 4 estrellas que nos muestra. Esperamos que solo sea una triste consecuencia de la pandemia y no una caída notable en el nivel de servicio. En este viaje lo elegimos por su ubicación en desmedro del Hotel King David al cual solíamos ir con frecuencia. Solo una decepción que no empañó nuestro recuerdo de este intenso fin de semana en la Docta.





viernes, 27 de agosto de 2021

Descubriendo lo desconocido: Puán

Puán es una pequeña ciudad cabecera del partido del mismo nombre en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires. A pesar de ser un partido con muy baja población (menos de 30.000  habitantes), la superficie del partido de Puán está entre las mayores de la provincia.(6.385 km2). Se encuentra aproximadamente a 580 km de la ciudad de Buenos Aires. La ciudad cercana más grande es Bahía Blanca y gran parte del perímetro del partido limita con la provincia de La Pampa.


La ciudad de Puán cuenta con una estructura singular en las afueras de la ciudad: el mirador Millenium. Está construido sobre un cerro que tiene más de 300 metros por sobre el nivel del mar. Se ideó en 1998 y finalizó en 2010 con una arquitectura única, al igual que las vistas que desde su cima se obtienen. En el interior del mirador hay un templo religioso católico.

       

Del otro lado del camino que pasa por delante del ingreso al cerro y lleva a la ciudad de Puán, se encuentra otro cerro, denominado Cerro de la Fe, donde está el Monasterio Santa Clara y vive una comunidad de Hermanas de Clausura. También está la Porciúncula, una réplica de la Capilla de San Francisco en Asís, Umbria, Italia, que se puede visitar.

Isla en la laguna de Puán

Vista hacia las sierras cercanas a Pigué

Puán es sede todos los eneros de la Fiesta Nacional de la Cebada Cervecera. El predio donde se realiza dicho evento está ubicado a tan solo tres kilómetros de la localidad. Se realiza desde 1974, siempre con la participación tanto de artistas del ámbito local como de figuras muy conocidas a nivel nacional. (https://www.instagram.com/fnccpuan/?hl=es)

Fiesta Nacional de la Cebada Cervecera, edición 2019





domingo, 8 de agosto de 2021

Cuba en primera persona

En el año 1994 me casé. Los gastos que tuvimos hacían difícil que pudiéramos tener una luna de miel en un lugar soñado pero, por sorpresa, una gran colecta hecha por mis compañeros de trabajo a la cual se plegaron los dueños de la empresa motivó que en pocos días tuviéramos la chance de elegir un destino paradisíaco para la luna de miel, amén de contar con un resto de dinero para pagar unas cuántas cuotas del préstamo que obtuvimos para comprar nuestro primer departamento. 

Me recomendaron una agencia de viajes muy profesional y rápidamente me pusieron sobre la mesa las opciones. La idea era ir al Caribe y por precios, combinación de vuelos, poco tiempo para elegir y un genuino interés propio por conocer ese país, la elección fue Cuba.

Volamos por VIASA, la compañía venezolana que ya en esa época pertenecía a Iberia y poco tiempo después desapareció. Un vuelo inicial nos llevó de Buenos Aires a Caracas, y tras una espera de tres horas, otro vuelo nos depositó, ya muy tarde, en La Habana.

Compartimos los vuelos con Adolfo Pérez Esquivel, el premio Nobel de la Paz argentino de 1980. Arribados a Venezuela, se le fueron acercando personas de otras nacionalidades (fundamentalmente de países andinos, por su vestimenta) y lo saludaban como a una Deidad, posición que quienes me conocen no comparto en lo más mínimo. No sabíamos que estaba pasando pero lo vimos luego en la TV cubana. Hacía unos pocos años que había caído la Unión Soviética, principal sostén político y económico de Cuba, y el régimen enfrentaba una profunda crisis. Sin saberlo, coincidimos en una semana que albergaba un evento de solidaridad internacional con Cuba. De comunistas de todo el mundo no comunista, obviamente. 

La llegada a La Habana fue bien de noche y no nos pareció que el sector que nos tocó fuera el sector principal del Aeropuerto José Martí. No era más que un galpón arreglado para cumplir con ciertas funciones. A lo lejos se veía, atravesando las pistas, un sector más iluminado y mejor presentado. El militar que nos pidió la documentación era muy joven, casi un adolescente. Revisó los pasaportes con minuciosidad y las visas que, en el caso de Cuba, no se imprimen sobre el pasaporte sino que son un papel suelto dentro del mismo. En el pasaporte no quedaron evidencias de nuestro paso por la isla. (Decían que esto lo hacían para que no quedara registro en los pasaportes de visitantes estadounidenses y esto les generara problemas, pero nunca lo pudimos confirmar). Tanto a mi esposa como a mí nos miró fijamente, comparando nuestros rostros con las fotos de la documentación. El gesto, siempre adusto y sombrío. Dos veces llamó por teléfono diciendo en cada llamada nuestros nombres respectivamente, no sabemos a quien. Cuando finalizó este largo chequeo, nos devolvió los pasaportes y con una amplia sonrisa que parecía de otra persona y lugar nos dijo "Bienvenidos a Cuba, ¿Cómo anda Maradona?". 

Abordamos un bus que supo de tiempos mejores rumbo a Varadero. El chofer estaba acompañado por una par de mujeres que, sentadas sobre una heladerita tipo playera, ofrecían a los pasajeros refrescos y algo para comer. La venta de esos productos fue la primera muestra de la economía cubana ilegal de cara a los turistas, de su posibilidad de poder conseguir unos tan necesarios dólares.

Llegamos muy tarde a nuestro destino, un hotel de capitales españoles llamado Sol Palmeras, ubicado sobre la playa y dotado de unas instalaciones excepcionales, por lo menos para nuestros ojos. A la mañana nos reunimos con el representante de la agencia de viajes que contratamos. Esta cubano cuarentón, rubio como un vikingo, nos vendió dos excursiones (Cayo Largo y La Habana) y nos dio una larga serie de consejos que básicamente versaban en moverse por el Cuba turístico y no tener contacto con la Cuba real. Por donde andar, qué consumir, que medios de transporte utilizar, etc. "Muévanse siempre en taxis, no usen las guaguas", fue el consejo que más recuerdo. Las guaguas serían nuestros tradicionales colectivos. Al rato, cuando decidimos salir a conocer algo fuera del magnífico hotel, pasó una guagua y la detuvimos. Varadero es una lengua de tierra de unos pocos kilómetros de longitud, con un ancho que en algunos lugares no supera los 200 o 300 metros. Esta guagua venía desde la punta de la península rumbo al centro de Varadero ciudad. El vehículo estaba vacío y subimos con mi esposa. Le pregunté, no sabiendo como podía pagar, si por un dólar me llevaba hasta el centro de Varadero. Su respuesta fue contundente: "Por un dólar, hasta Miami".

El centro de Varadero no difería del resto de Cuba no turística. Gris, casi  sin comercios, autos viejos, poca gente, mucha propaganda del régimen. Todo muy modesto. Terminamos almorzando en una casa particular, construida seguramente antes de la revolución, que había acomodado un ambiente como un restaurante. La comida nada espectacular, pero bien servida y la gente muy agradable.

La primera excursión que hicimos fue a Cayo Largo, una paradisíaca y virgen isla ubicada al sur de Cuba. El vuelo partió desde el aeropuerto Santa Marta en Varadero. El avión, un viejo Antonov ruso con propulsión a hélices. Una ventanilla cada dos filas de asientos (al ir nos tocó una ventana ciega), cinco tripulantes apiñados en una muy pequeña cabina (uno trabajando con un compás sobre un mapa) y una azafata versión cubana de Elisha Cuthbert. El vuelo pertenecía a la compañía estatal Cubana, y salvo un importante pozo de aire que nos tocó al regreso, cumplió su cometido con eficiencia. Durante el almuerzo en Cayo Largo, escuchamos por primera vez a un grupo musical local entonar la canción homenaje al Che Guevara, algo que se repetiría con frecuencia en cada lugar altamente turístico. Y si detectaban que eras argentino, lo harían sí o sí. 

"Aquí, se queda la clara

La entrañable transparencia

De tu querida presencia

Comandante Che Guevara"

En el hotel, detectamos que la gente que trabajaba en el mismo, amén de un profesionalismo y cordialidad excepcional, estaban siempre dando esa milla extra que les permitiera recibir alguna propina, fuera en dinero u otro elemento de los que ellos adolecían. Las camareras eran especialmente atentas y agradecidas. El grupo de animación posterior a cada cena, muy talentoso y amistoso. Quien lo dirigía, presentaba cada atracción en cinco idiomas, dada la diversidad del auditorio, donde argentinos, españoles, franco-canadienses y alemanes éramos mayoría.

Durante una cena también nos dimos cuenta de algo que subyacía en esa Cuba turística. Un septuagenario, argentino él, estaba en una mesa con una esbelta mulata que apenas superaría los 20 años, dueña de una afinada figura, luciendo un vestido negro que supo de épocas mejores (como casi todo en Cuba). El hombre usaba bastón y casi ni se movilizaba, mientras la chica iba y venía sin pausa entre su mesa y las mesas de la comida, disfrutando la misma como si fuera la última cena, antes de finalizar la noche de una manera no muy agradable pero que le permitía disfrutar de todo eso.

La excursión a La Habana era un poco el plato fuerte del viaje y encontramos algunas cosas sobresalientes, pero todas eran pre revolucionarias o naturales. 

En 1994 La Habana estaba en ruinas, a pesar de los intentos de los guías por mostrarnos otra realidad. Algún museo, alguna plaza revolucionaria muy conocida, algún bar famoso pero triste y mal mantenido (La Bodeguita del Medio) y una plaza en la Vieja Habana donde está la Catedral, parte de un conjunto arquitectónico de una belleza notable y mucho mejor mantenido que el resto de la ciudad. Luego el Malecón, donde algunos pescan y otros buscan mirando al horizonte la posibilidad de un futuro mejor.  

Los pocos comercios, todos estatales, poco surtidos y pésimamente atendidos. Imagínense en Argentina yendo a comprar algo a una oficina del ANSES o AFIP. Algo así. Un desgano total. 

Por las calles, se notaba la crisis de esa época. Grupos de mujeres con chicos muy pequeños, siguiendo como pirañas a los grupos de turistas, vendiendo chucherías y pidiendo cualquier cosa: una moneda, caramelos, champú, jabón, una lapicera. Sí, pedían una birome. La policía, de manera no muy discreta de civil, las miraban sin molestarlas; en cambio, eran un poco más estrictos con las llamadas "jineteras" (chicas que ejercían la prostitución) a las cuales demoraban en las calles de vez en cuando y les pedían documentación (el documento personal cubano es como un librito con muchas páginas). También por las calles y restaurantes en esta ciudad, volvimos a escuchar algunas veces la canción del Ché Guevara.

Un día salimos del hotel a caminar y nos pusimos a charlar con un muchacho cubano que volvía de su trabajo, bolsito al hombro. Era ingeniero y su análisis de la situación cubana distaba mucho de la visión de los guías que tuvimos en las excursiones. En un momento de la caminata, o debíamos caminar por la banquina de la ruta o intentar atravesar un hotel. Probamos lo segundo ante la mirada asombrada del cubano. El personal de seguridad nos dejó atravesar el mismo (el hotel era alemán) pero al advertir que el muchacho era cubano, nos dijo que él no podía pasar. Le comenté que venía con nosotros, y solo así lo dejó atravesar la puerta. Seguimos caminando, esta vez en silencio, porque nuestro acompañante se puso mal y prontamente manifestó lo feo que se sentía ser un ciudadano de segunda en su propio país. Llegamos a un parque muy grande y lo invitamos a tomar una cerveza. Al ingresar, lo mismo. Era exclusivo para turistas, pero nuevamente le manifesté al personal de seguridad que él venía con nosotros, y el guardia nos dijo que podía ingresar, pero la responsabilidad de su comportamiento era nuestra. Me imagino que la cerveza que tomamos para nuestro amigo cubano fue la más amarga de la temporada. 

El último día, para trasladarnos desde Varadero a La Habada para regresar, la agencia nos mandó un taxi. El chofer, nuevamente rubio y pelado, era un castrista convencido. (Me meto en el tema étnico, el 70% de los cubanos es de origen europeo, principalmente español. El 15% son negros y el 15% restante son mulatos. A pesar del socialismo imperante, estos dos últimos grupos parecen estar en la base de la pirámide social). Luego de un recorrido escuchando las bondades del socialismo, nos detuvimos en un lugar en la costa, y nos dijo que ese lugar era Mariel, el puerto desde donde emigraron miles de cubanos unos 15 años antes (recuerden la película Scarface con Al Pacino) pero para este amigo, eran todos delincuentes expulsados por Fidel. Allí había, casualmente, un puesto de helados cuyo encargado era, también casualmente, amigo de este taxista que, a pesar de su castrismo militante, también se ve que hacía unos dólares extras con la economía de cara al turista. Tomamos tres helados mientras nos contaba acerca de los misiles que tenía el comandante apuntando hacia Miami.

El último contacto con la Cuba comunista lo tuvimos en la escalera para subir al avión que nos llevaría hacia Caracas. El ingreso a la nave se detuvo un momento, porque varios oficiales policiales cubanos subieron al avión de manera ruda y poco amistosa, a dos personas con aspecto muy sospechoso y los sentaron en los primeros asientos. Viajamos con ellos a Caracas sin saber quienes fueron estos desdichados. Seguramente no serían cubanos porque, de ser así, hubieran embarcado con una sonrisa.





domingo, 6 de diciembre de 2020

El peor Maradona

Así como hace poco dedicamos unas líneas a "El mejor Maradona", ahora nos tenemos que referir al peor. Y en este caso, no es la idea caer sobre la vida personal de un mortal al que otros mortales convirtieron en Dios. No es grato ni es nuestra función. Como decían los griegos, "los Dioses son hombres inmortales y los hombres son Dioses mortales".

En esta sociedad del siglo XXI, donde supuestamente una Libertad Suprema nos abarca, derribando dogmas, barreras y religiones, surgen nuevas dogmas, barreras y religiones de la mano de estos abolicionistas que nuevamente dirán, como en toda época, lo que está bien y lo que está mal, todo barnizado esta vez de una capa de hipocresía notable. El peor esclavo es aquel que se cree libre.

Maradona falleció y ha subido al Olimpo, Walhalla o Paraíso del fútbol, lo que cada uno crea. Esa rápida canonización secular, entronizó a Maradona cerca de los Dioses. Y no solamente, como era de esperar, cualquier atisbo de crítica al nuevo Dios sería severamente condenada, sino también la falta de homenajes en cualquier ámbito, de cualquier persona o institución. Faltó poco para el luto obligatorio de antaño.


Si vamos a los hechos, el velorio de Maradona fue una fiel expresión del país voluntarista, barra brava, precario que supimos construir. Una serie de equívocos previsibles hasta por la persona más alejada de la realidad, convirtieron lo que pudo ser una ceremonia sentida, sacra, dolorosa y a la vez emotiva en una película de Peter Sellers. Peor no pudo salir. No pocos imaginamos que difícilmente pudiera salir mejor.

La falta de homenaje de Los Pumas en su primer partido luego del fallecimiento de Maradona, fue juzgada ferozmente por una sociedad empujada a confrontar con la clase alta con historial de clase alta, por advenedizos a esa misma clase alta como son la clase política y sus satélites dentro y fuera del ámbito político.

El patoterismo cultural del siglo XXI (el cual no es patrimonio en absoluto del socialismo) nos obliga a rendirle pleitesía a un difunto, en este caso Diego. Y si no se le rinde pleitesía ni se lo ataca sino que se mantiene uno en un respetuoso silencio, el mismo equivaldría a una falta de respeto para con el ídolo. Una locura total en una sociedad supuestamente democrática, inclusiva, tolerante. O que por lo menos lo declama y gasta fortunas en eso.

Han buscado en lo profundo de las cuentas de las redes sociales de los jugadores de Los Pumas para encontrar comentarios xenófobos u homofóbicos realizados hace años cuando eran unos adolescentes. El ataque fue total y frontal. Apuradas sanciones de la UAR, condena total del establishment e innecesarios pedidos de disculpas se sucedieron. La Argentina moral e intachable había plantado una pica en Flandes.

Los antiguos, con esa sabiduría que estamos perdiendo, "hablaban de las armas de doble filo. Y fue así que como algunos buscaron los tuis de Los Pumas, aparecieron otros viejos tuits de influencers y otras clases de pelotudos, igual de xenófobos y racistas que los escritos por los jugadores de Los Pumas. Y también, aparecieron tuis del presidente Fernández, no de cuando era un muchacho de Villa del Parque sino de hace pocos años, mandando a las mujeres a cocinar o diciéndole a una persona que era menos digno que un puto (sic). A veces, el tiro sale por la culata.

Posiblemente esto con el tiempo vuelva a sus carriles normales y la vida vuelva a ser a misma. Y esperemos que nunca más nadie, por más Dios que sea, nos mande a chuparla, nos diga que la tenemos adentro o nos explique que los negros no destiñen.



martes, 1 de diciembre de 2020

Encuentro en la Quebrada de Humahuaca

La Quebrada de Humahuaca es uno de esos sitios mágicos de la Argentina. Me costaría explicar el por qué de la magia con contundencia, pero sí lo puedo hacer a partir de mis recuerdos.

Ya al llegar a Tumbaya y a Volcán, lugares poco visitados por el turismo pero que son la puerta de entrada a la Quebrada, nuestra vida baja dos cambios. No se si también nuestras pulsaciones y ansiedades. El aire cambia y uno entiende y percibe que respira de manera diferente. Mejor. Esto a pesar que en determinados momentos, avanzando por la Quebrada y ganando altura, y dependiendo de cada organismo, la respiración se hace más profunda las primeras horas, tratando de compensar un incipiente efecto de la altura, por lo menos en mi caso

Cada uno ve a la Quebrada como quiere. Turistas que se desesperan ante las artesanías industriales peruanas soslayando la belleza que las mismas intentan retratar. Otros disfrutando de la comida típica y buscando con desesperación comer carne de llama, algunos por su sabor (fuerte), otros por presunción. Están los aborígenes tardíos, rubios como vikingos que enarbolan la bandera multicolor boliviana (los lugareños los llaman "los hippies" y los detestan), aquellos que recorren los pueblos con curiosidad, otros que visitan con minuciosidad todo aquello que indica TripAdvisor, en fin, multiplicidad de motivaciones para visitarla. Una y mil veces.

Iglesia de Uquía.
Soy mucho más amigo del turismo urbano que de la contemplación de la naturaleza, es decir, me gusta más visitar lo que el hombre hizo y los lugares históricos. Particularmente en la Quebrada siempre me interesaron dos cosas. La mixtura entre lo prehispánico y lo hispánico, e imaginarme como aquellos valientes, locos, indómitos españoles, bajando desde el Alto Perú, atravesaron la Quebrada para poner un pie en lo que hoy llamamos la Argentina. Sentado en el Pucará de Tilcara, sintiendo la suave y permanente brisa, entre la voluptuosidad de las montañas, sus colores y la naturaleza pródiga en belleza pero no en alimentos, no puedo una y otra vez dejar de pensar en esos españoles con pesadas armaduras, sus mulas y caballos, sus rústicos arcabuces. Entonces vuelvo una y otra vez a la Iglesia de Uquía a ver las pinturas de los Ángeles Arcabuceros que la decoran y la vuelven más atractiva. Y entonces a través de las pinturas veo como los aborígenes veían a los españoles. Estos les pidieron “pintar ángeles”. “Nunca hemos visto ninguno, señor; ¿Cómo son?", “Pues como nosotros pero con alas”. El impactante resultado me sigue maravillando una y otra vez, ángeles vestidos a la usanza de los Tercios de Flandes.

El Espinazo del Diablo. Tres Cruces.

Esa vez estaba decidido a quedarme muchos días en la Quebrada. Mis múltiples visitas anteriores siempre habían sido cortas, de un día entero pero sin pernoctar. Quería dormir una semana allí, ver que había más allá de Humahuaca, visitar las Salinas Grandes y llegar a los 4.170 metros en la cuesta del Lipán, esto no sin un poco a aprehensión.

Nos alojamos en una modesta Hostería en un punto medio de la Quebrada, a metros del Trópico de Capricornio. Llegamos el 2 de enero y éramos sus únicos huéspedes, lo cual nos permitió disfrutar con exclusividad de la excepcional atención de la única persona que trabajaba en la misma (además del eventual personal de limpieza).

Volviendo un día de la diaria excursión, nos encontramos con otra pareja en la Hostería, lo cual nos provocó alegría. No estábamos solos. Compartimos la cena con ellos en mesas separadas pero al breve tiempo comenzamos a conversar cordialmente de mesa a mesa. Él estaría cerca de los 60 años, ella tendría quizá una década menos. Muy amables, correctos, cariñosos con los niños, especialmente ella. No tardé en conformar su cuadro familiar. Ella era su segunda esposa, psicóloga, y con un hijo (creo que de él) con ocasionales ingestas de marihuana que ellos no festejaban pero tampoco les preocupaba demasiado, y la primera aseveración hacia nosotros; “a Uds. también les va a pasar” provocó ya el primer intercambio verbal, siempre correcto. Y entonces, pasar de ahí al tema político, 2 minutos. Una conversación que ni recuerdo que hizo que uno y otro fijáramos nuestra posición con respecto a Julio Argentino Roca hizo que él, educado y ubicado, me dijera “ya nos medimos”.

La siguiente cena, nuevamente las dos familias en soledad con el telón de estrellas cubriéndonos y maravillándonos,  y la suave brisa veraniega que se colaba por algunas imperfectas aberturas, derivó directamente en la política. Aunque él había sido montonero y yo estoy muy lejos de eso, discutimos con una tranquilidad, empatía y respeto pocas veces vistas. Incluso los dos intentos de secuestro que tuve de pequeño circa 1975, fueron evaluados por él y me terminó afirmando que no era la metodología de ellos, que por lo menos Montoneros no eran, sin poder afirmar lo mismo de sus aliados eventuales del ERP.

La charla derivó en los planes para el día siguiente, donde ellos se dirigirían a Bolivia, ídem nosotros. Nuestro problema era que debíamos tomar un micro en plena ruta y ellos tenían un transporte que los pasaba a buscar por el lugar. Ella hizo todo lo posible para ubicarnos en el mismo pero fue infructuoso. Recordamos su preocupación y amabilidad para con nosotros. Nosotros nos dirigíamos en dirección a Bolivia para ver que había más allá de Humahuaca (Tres Cruces, Abra Pampa, La Quiaca) y para cruzar a Villazón en tren de compras. Lo de ellos era más ambicioso. Iban hacia Potosí, a visitar a un amigo boliviano, escritor, estudioso, cuyo nombre no retuve, para ver juntos la “increíble transformación que está teniendo lugar en Bolivia, la tierra de las plurinacionalidades….”.

La Quiaca.
Les manifesté mi acuerdo con ese concepto, que estaba totalmente de acuerdo con esas medidas de Evo Morales, del reconocimiento de cada etnia y/o comunidad. Él esbozó una sonrisa mientras ella abría los ojos incrédula para preguntarme por qué pensaba yo así. “Es claro”, le dije. “Esto implicaría que si yo fuera boliviano, sería parte de la comunidad ítalo-boliviana que me imagino tendría sus derechos, ámbitos de expresión, etc. En caso que el reconocimiento de Evo sea solo para las etnias pre-hispánicas, estaríamos frente a un estado racista que privilegia a unas etnias en detrimento de otros. Pero lo importante más allá de esto es que reconoce las etnias, que somos distintos.” La sonrisa de él ya no era tan leve pero la cara de incredulidad de ella aumentó, sus ojos parecían salirse de sus órbitas, dejó de mirarme y miró a su pareja quien seguía sonriendo, para luego mirarme sin emitir palabra. En una sociedad donde la mayoría de la personas no está acostumbrada a escuchar opiniones “out-of-the-box”, ella se había topado con uno. 

Nos despedimos afectuosamente. Al día siguiente, pudimos tomar nuestro latinoamericano y polvoriento ómnibus que nos dejó 3 horas después en La Quiaca luego de un viaje lleno de naturaleza indómita y hermosa, y de pueblos salidos de un cuento, como Abra Pampa. Llegamos a pie hasta la frontera donde la fila para cruzar era interminable. Uno de los tantos mochileros argentinos nos explicó que si solamente íbamos a cruzar a Villazón no hiciéramos la fila, que llegáramos hasta los puestos de control sobre el puente sobre el río de la Quiaca y pasáramos los controles de ambos países sin siquiera mirarlos. Nadie nos iba a detener. Ellos sí debían hacer los trámites porque iban todos para el norte; Potosí en Bolivia y Machu Picchu en Perú. Así lo hicimos y pasamos al lado de la interminable fila de jóvenes mochileros argentinos. Entre ellos, divisamos a esta pareja del relato. Nos volvimos a saludar y nunca más nos vimos. Me quedé con su email al cual nunca escribí. Todo había sido dicho y entendido.

sábado, 28 de noviembre de 2020

El mejor Maradona

Confieso que nunca tuve ídolos. No es algo que me enorgullezca ni lo use como bandera pero es así. Esto entendiendo por ídolo a una persona que no solo sea admirado en su faceta profesional, humana o deportiva, sino que extienda la admiración a casi todos los aspectos de su existencia, uno conozca vida y obra de la persona y sea capaz de actos casi rayanos con la locura en virtud de esa admiración, tales como hacer horas de cola para conseguir una entrada, morir por una foto o autógrafo, dar la vida por un abrazo, preocuparse por su salud, llorar su muerte.

Entiendo que esto lo heredé de mi padre, que tenía en muchas actividades un referente, pero su admiración se circunscribía a la actividad en la cual la persona se destacaba, personajes tales como Duke Ellington en la música, Ricardo Alix en basket, Félix Loustau en Fútbol...


Nacido y criado en La Paternal, aunque con el corazón futbolístico repartido entre Boca Juniors y All Boys, mi relación con Maradona fue desde muy chico. Verlo jugar innumerables veces en Argentinos Juniors, jugar algunas veces fútbol con sus hermanos, me hizo verlo a Maradona, al que solo saludé años más tarde solo una vez en la cancha de Boca, como un ser absolutamente terrenal. 


Los éxitos deportivos que consiguió (no tantos como hubiera debido) lo llevaron a la cima del mundo, fundamentalmente a partir del Mundial 1986, y lo hicieron la persona más conocida del planeta. Y a partir de su paso por el Napoli, comenzó una nueva etapa en su vida, que fue ser un símbolo más allá de lo estrictamente deportivo, algo que se repitió hasta el final de sus días. Pero volviendo al punto inicial de los ídolos, en mi caso fue una faceta que ignoré totalmente, a veces adrede, para no perder la admiración que le tuve (tengo) como excepcional futbolista, quizás el mejor de la historia.


Nunca vi en él algo más que un deportista pero mil veces analicé por qué para millones de personas, fue algo más. Particularmente en su país, el nuestro, que vive de golpe en golpe. Y al igual que ese fanático de Boca o River o del equipo que sea, que se muere por su team, Maradona para muchas personas representaba la probable victoria del domingo, para un tipo que de lunes a sábado perdía por goleada en su vida, su trabajo, su salud. Era la posibilidad de gritarle “gol” al fracaso de cada día, de que emergiera una sonrisa donde siempre había una mueca de esfuerzo y quizá dolor.


La universalidad de Maradona nos sorprendió a quienes lo tuvimos tan cerca. Miles de anécdotas. Recuerdo mi llegada a Cuba en 1994, cuando luego de 10 interminables minutos en los cuales personal militar en la aduana analizaba nuestros pasaportes con una lentitud y seriedad que nos hizo preocupar. Al devolvernos los mismos, con una gran sonrisa nos dijo “Bienvenidos a Cuba, ¿cómo anda Maradona?”, como si fuéramos nosotros cercanos a Diego, y para él quizá lo debíamos ser. O años más tarde, viajando en un tren nocturno de Venecia a Viena, compartiendo camarote con una familia refugiada del Kosovo. No entendían de donde éramos, no había forma y el italiano que usábamos para comunicarnos no ayudaba. Cada vez que nombrábamos Argentina nos confundían con Argelia hasta que levanté mis brazos, abrí las palmas de mis manos hacia adelante como diciendo “pará”, lo miré fijamente y le dije “Argentina, Maradona”. “Ah, Argentina, claro, Maradona, lo hubieras dicho antes”.


Vi jugar mucho a Maradona en Argentinos, en Boca, en la Selección argentina. Yendo a la cancha, se entiende. Lejos estaban los tiempos de la TV como dominadora del espectáculo y menos del streaming y las redes sociales. Y confieso que cuando se fue al Barcelona le perdí el rastro, me desentendí de su carrera deportiva. Pero en la cancha de Boca yo notaba que la gente seguía su vida y existencia con una devoción y un fanatismo que no entendía. La universalización de Maradona la sentía como una invasión a los privilegiados que lo vimos desde un principio. Era muy común ir a ver a Argentinos Juniors y notar en las tribunas a muchos amantes del fútbol que no iban a ver el partido, iban a ver a ese pibe morocho y enrulado que la rompía. Ese pibe que por suerte jugó varios años en el fútbol local, antes que el fútbol negocio mundial nos comenzara a sacar a los cracks cuando apenas destetaban. Fútbol negocio que quizás nació luego de él, a pesar de él. La FIFA hizo uso y abuso de su figura y él, no de manera inocente, fue parte de ese juego. Insultó y se abrazó con los jerarcas de la FIFA, de la misma manera que lo hizo con políticos de toda laya. Un auténtico Maradona, incoherente y temperamental.


En ese fútbol doméstico, se lo cuidaba y respetaba. Recuerdo cuando observando un partido de esos que se siguen con la nariz pegada al alambrado, el “tolo” Gallego lo revoleó por los aires cansado de su talento y desfachatez. El árbitro se acercó tarjeta amarilla en mano (creo que era Luis Pestarino) y, con una media sonrisa, le dijo a Gallego “al pibe, no”.


Un jueves 3 de abril de 1980, el Argentinos de Maradona, un conjunto de jugadores de nivel medio comandados por el 10 (que ese año serían subcampeones de River) recibía a Talleres de Córdoba en la cancha de Atlanta. Talleres, que era el equipo sensación del interior del país, había perdido un campeonato de una manera increíble a manos de Independiente un par de años antes. Contaba con jugadores de nivel selección, algunos campeones mundiales de 1978 y una leyenda del fútbol cordobés como el hacha Ludueña. 


Yo los jueves practicaba Karate en Atlanta y en virtud a eso nos encontramos luego de mi práctica con mi viejo en la cancha. La cantidad de gente que había era notable para un jueves, en el viejo estadio de tablones de madera de los bohemios, con tribunas de grandes dimensiones. Iban a ver al 10.


El resultado fue anecdótico, ganó Argentinos 3 a 2, pero dos jugadas no lo fueron. No se si existen registros fílmicos pero si los hubiera, esas jugadas en blanco y negro opacarían los goles de Diego que nos muestra la TV día a día, hechos en la selección, Boca, Barcelona, Napoli.


El primero fue en el primer tiempo, en el arco que da sobre la avenida Corrientes. Un tiro libre directo se debía cobrar desde la derecha, en una posición cerca al córner. Donde se imponía un centro buscando algún cabezazo salvador, una zurda mágica colgó suavemente, casi con desprecio, la pelota en el ángulo superior del primer palo.



El segundo fue una obra maestra, sobre el arco que da a la calle Muñecas. Diego arrancó por derecha en posición de ocho (¿se acuerdan del gol a los ingleses?) desparramando rivales hasta que llegó al fondo de la cancha, en el límite del área. Enganchó con la zurda hacia afuera y su espalda quedó mirando la línea de fondo, con el arco a su derecha. El arquero Baley, campeón del mundo 1978, lo salió a cubrir rápidamente y sus compañeros de la zaga central se ubicaron sobre la línea de gol. Un zurdazo repentino, exacto y mágico, superó el achique del arquero, el salto de ambos centrales sobre la línea de gol, las leyes de la física y se colgó en el ángulo más lejano al emisor del remate. La gente de Talleres aplaudía. Un gol similar de Messi hoy lo veríamos repetido hasta el cansancio por todos medio de reproducción posible.


Pero ese gol, una calurosa tarde de otoño en la cancha de Atlanta, solo lo vimos quienes vimos al mejor Maradona. Que afortunados fuimos.


Carlos A Diana, 28-XI-2020


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