lunes, 11 de abril de 2011

¡Argentina! ¡Maradona!

 “¡Argentina!, ¡Maradona!”. La frase otra vez había surtido efecto y mi interlocutor había entendido que proveníamos de Argentina y no de Argelia. Padre e hijo nos acompañaron en el viaje en tren desde Venecia hasta Klagenfurt, la capital de Carintia, Austria, donde se bajaron. Pocos años después, tanto su lugar como su condición cobrarían notorierad: eran refugiados del Kosovo.

La antigua capital imperial era un misterio para nosotros porque íbamos sin conocer demasiado sobre ella, sólo nos habían avisado que el palacio Schonbrunn era un imperdible; y tuvieron razón.

Arribamos a la estación del Sur pasadas las 6:30 de la mañana, y allí mismo, plena noche aún, compramos boletos para el tranvía, que nos debería depositar cerca de otra estación, la del Oeste, desde donde emprenderíamos la búsqueda del alojamiento muy económico que extrajimos de la guía “Let’s Go Europe ” edición 1996. El amable vendedor del boleto nos dijo en perfecto inglés que bajáramos del tranvía en la décima parada. Así hicimos y a nuestra izquierda apareció Westbahnhof y a nuestra derecha una imponente avenida llamada Mariahilfer Strasse. Los primeros rayos de sol nos mostraban la magnificiencia de Viena.
Viena - Kunsthistorisches Museum

No fue fácil ubicar la calle con nuestro precario mapa, raro en un coleccionista. Un transeunte ataviado con un tradicional sombrero alpino, se apiadó de dos desorientados turistas y nos preguntó si necesitábamos ayuda, con avidez le respondimos afirmativamente, ante lo cual dijo un “follow me”. A las pocas cuadras nos depositó en nuestro destino, el hotel Hedwig Gally en la Arnsteingasse.
Atravesamos pesada puerta y nos dirigimos al primer piso. Un dura mujer entrada en años nos recibió y ante nuestra solicitud de alojamiento nos dijo en inglés con una fina vocecilla algo así como: “I’m terribly sorry, but I can’t book a room for only one night because...” El resto de la explicación no nos importaba, como supongo que tampoco le importó mi insulto en perfecto lunfardo porteño. Ahora teníamos un problema: donde alojarnos en la helada Viena. Comenzamos a recorrer las calles hasta que encontramos un pequeño hotel, donde varios jóvenes se encontraban desayunando. Nos atendió un hombre con modales femeninos quien amablemente nos explicó el porque de la falta de lugar en los hoteles. Es fin de año y la ciudad se llena con jóvenes que regresan a su casa a pasar Sylvester. Nos recomendó dirigirnos a la oficina de turismo sita cerca de la catedral, “Stephansdom” en el idioma local. Caminando por Mariahilfer Strasse, algo llamó mi atención en un callejón lleno de nieve a nuestra izquierda, un rojo cartel en un comercio: Sex Shop. Me detuve unos instantes y alcé mi vista. Sobre tan singular comercio, en el primer piso, se veía un cartelito que decía escuetamente “Pension”.

Viena - Pension Hargita
Fuimos, primer piso por escalera. Tras una muy moderna, pesada y segura puerta, nos atendió una correcta mujer. Ante nuestro pedido, nos empezó a recitar los mismos argumentos que la sargento del hotel anterior pero, de pronto, se apiadó de nosotros. Una muy bien calefaccionada habitación, con ducha y lavatorio pero sin inodoro, nos cobijó en ese helado día en la pensión Hargita de la calle Andreasgasse. La sra Füllop, húngara ella, fue recordada siempre por nosotros. Con los años, amigos nuestros fueron a dicha pensión enviados por nosotros y en algún fin de año, le enviamos una postal de la lejana Argentina como recuerdo de una pareja que nunca olvidará su amabilidad, descubierta por mi curiosidad ante el Sex Shop austríaco.

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El diario La Nación de Buenos Aires, publicó una reseña de esta nota en su edición del 4/10/2009, ubicable en la web http://www.lanacion.com.ar/1182116-vieneses-muy-amables

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